(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Pasado mañana, miércoles, se cumplen 210 años de la
muerte del gran filósofo Immanuel Kant, padre del pensamiento
moderno, aquel que, antes de elaborar un discurso subjetivo sobre el
mundo se preocupó por analizar hasta el tuétano las condiciones de
posibilidad de todo decir, la manera por la que conocemos la
realidad. En vida, Kant apenas se movió de su ciudad natal,
Königsberg, la distinguida capital de la Prusia Oriental, fundada
por la Orden de los Caballeros Teutones. Ahora, la tumba de Kant
languidece geográficamente en el mismo sitio, pero políticamente
fuera de territorio alemán, en la hoy conocida como Kaliningrado, en
manos de Rusia desde el final de la II Guerra Mundial. De hecho, y
aunque el sepulcro original fue bombardeado en 1945, es de las pocas
construcciones alemanas que fueron respetadas por Stalin. Vaya
una soledad la de esos huesos, qué desarraigo, rodeados de rusos y
aprisionados entre Polonia y Lituania, fuera de los límites de la
Unión Europea. En manos de Putin y sus delirios, de su
proyecto anti-ilustrado, con lo que amaba Kant los frutos de la
Ilustración.
De alguna manera también ha quedado fuera de lugar una
figura, en otro orden muy diferente, como es la de nuestro mossén
Antoni Maria Alcover. A Alcover se le recuerda, incluso se le
reverencia; hay calles y colegios con su nombre. Pero no se le
escucha. O se prefiere no recordar ciertos asuntos primordiales de su
trabajo. La semana pasada se inauguró en Manacor un museo dedicado a
su persona, el día (2 de febrero) que marcaba el 152 aniversario de
su nacimiento. Abundaron, por supuesto, las proclamas políticas
contra el TIL, junto al reconocimiento del enorme trabajo de Alcover,
único en su época (y no sólo), representado por la recopilación
de las Rondalles y la elaboración minuciosa del Diccionari
Catalá-Valencià-Balear. Pero ni una palabra sobre la defensa
alcoveriana de las variedades dialectales, de su entregado amparo de
la pluralidad de una lengua catalana reducida por una estrecha
concepción del estándar, definido más a través de criterios
políticos que filológicos por Pompeu Fabra, su archienemigo.
Al revés, en la inauguración del museo se reconoció “su labor
en pro de la unidad de la lengua catalana”, cuando él siempre
distinguió unidad de uniformización, el sincero amor a la lengua de
las interesadas pretensiones políticas. Hay que leer a Alcover, no
tanto a sus exégetas oficiales que enmascaran su esencia.
Y, más que nunca en estos tiempos, lean a Kant, háganse
un favor. Caminen por el lado salvaje de la vida dándole unas
caladas a la Crítica de la razón pura. Sapere aude, my
friend.
2 comentarios:
Le propongo un paralelismo, ya que usted une en un único discurso las figuras de Kant y de Mossen Alcover. ¿Cree usted que Kant defeníia las variedades locales del alemán prusiano? La pregunta tiene su enjundia, no crea.
Pues con Prusia entendido como parte del Estado alemán, no lo creo. Sí, en cambio, estoy seguro de que defendería que Estados diferentes, como Austria y Alemania, tengan diferentes estandars del alemán. Lo mismo pasa aquí: Baleares no es parte de Cataluña, sino una región simétrica, con idéntica estructura. Por tanto, veo lógico que los medios públicos de comunicación de Baleares, destinados a la población balear, usen un estàndard diferente del definido por el dialecto barcelonés.
saludos
PD: por cierto, es koiné, no konié...
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