(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Algunos medios de
comunicación lo han tratado como si nos encontráramos ante una
excepción, pero la noticia comienza a asentarse como una norma
bastante generalizada. Moreno Bonilla,
el nuevo candidato digitado del PP al gobierno andaluz, falseó su
curriculum. Por supuesto, en el sentido de incluir méritos que no
atesora. Como anteriormente lo hicieron en el PSOE Elena
Valenciano,
Bernat Soria
o Patxi López.
Ninguno dimitió tras descubrirse el engaño, y tampoco se ha dado
una exigencia pública para obligarles a ello. A los ciudadanos
españoles parece no sorprenderles estas triquiñuelas, ni mucho
menos indignarles. Será porque los buenos currículos no son lo
habitual entre nuestros representantes, habituados más a bregar en
las sentinas de su correspondiente partido que a frecuentar las aulas
y sacarse títulos. No hablemos ya de trabajar en la empresa privada
antes de dedicarse a refundar la política y hacernos más felices
con sus ocurrencias. En Alemania han llegado a dimitir políticos por
plagiar su tesis doctoral; este problema aquí no lo tenemos, porque
muy pocos tienen un doctorado en su expediente.
En Mallorca vimos hace
una legislatura a Miriam Muñoz Resta
(PSOE), congresista en Madrid y concejala en Palma al mismo tiempo,
con un sueldo mensual que superaba los 7 mil euros, pero sin contar
con estudio superior alguno. Ahora ya le he perdido la pista, pero en
su momento su blog era un continuo festival del humor, con faltas
ortográficas y de sintaxis prácticamente en cada línea. ¡7 mil y
pico euros!, recuerden. Por contra, en el otro extremo de la sociedad
tenemos a gente muy formada, con licenciaturas, doctorados, masters y
diversos idiomas, malviviendo con un trabajillo de urgencia o
directamente sin poder trabajar, ni salir del nido paterno. ¿Para
qué estudiar, y ser bueno en la materia, si nos resulta más fácil
alcanzar puestos de responsabilidad sin ningún título y con escasas
evidencias de mérito? En Francia y Reino Unido disponen de unos
mecanismos de formación de sus élites políticas que aquí no
aparecen por ninguna parte. Cualquiera puede llegar a ministro, como
José Blanco,
sin una triste diplomatura. La criba que selecciona a los más
adecuados parece hecha por Chiquito de
la Calzada.
Apenas sorprende ver
que nuestro sistema educativo no se preocupa por estimular la
excelencia entre los alumnos porque, viendo que la partitocracia nace
de un humus más sectario que meritocrático, es lógico que no
deseen promover entre la ciudadanía aquello que acabaría con ellos
como casta. La sociedad, víctima de la misma dolencia, asiste al
espectáculo con cierta complacencia, no sea que nos distraiga del
último gol de Ronaldo
o del más reciente favor arbitral al Barça.
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