(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
El temerario asalto de
Matteo Renzi
a la presidencia del Gobierno italiano ahonda en las formas que
caracterizan la política transalpina: inestabilidad (11 gobiernos en
20 años) y luchas fratricidas dentro de los partidos. En España nos
caracterizan otras peculiaridades. La más evidente y repetida es el
odio al adversario, la furia antagonista convertida en credencial
ideológica antes que el programa concreto, porque lo que más nos
mueve no son tanto nuestras creencias como el asco que nos provocan
las del otro. Esto de alguna manera sucede en todas partes, pero es
difícil encontrar el nivel de intensidad cainita al que estamos
acostumbrados aquí. No hace falta fijarse detenidamente para
recopilar ejemplos, porque están por todas partes: el PSOE cuando
critica la trama Gürtel y el caso Bárcenas,
pero olvidando su responsabilidad en los ERE de Andalucía; el PP
censurando a los socialistas este caso andaluz, pero negando los
suyos anteriormente citados; CiU cuando dice que en el resto de
España reina la corrupción, dejando de lado los casos que lo
implican en los juzgados, etc. Como ha recordado Santiago
González
en estas mismas páginas: cuando acusan, todos tienen razón. El
problema es lo que eluden internamente, porque el sentido crítico
hacia el exterior no se mantiene siempre encendido, se trueca en
aquiescencia y tolerancia cuando entramos de puertas adentro. Es más,
el código acusatorio funciona pretendiendo no sólo que el rival ha
errado en una determinada cuestión, sino que es un ejemplo
sistemático de maldad y, por tanto, debe ser extirpado de raíz. A
pesar de cierta careta civilizada, en el fondo no nos acostumbramos
al pluralismo, sólo consideramos esencialistamente que los nuestros
son dignos de ocupar el espacio político. Cospedal
lo resumió magníficamente en la reciente convención de Valladolid:
“Es el PP o la nada”.
El pensador
franco-americano René Girard,
al que dediqué mi tesis doctoral, se refirió en su primera obra,
Mentira
romántica y verdad novelesca
(1961), a un fenómeno que bautizó como “ley del círculo
psicológico”, que consiste precisamente en la lucidez respecto a
los demás, combinado con la ceguera en lo que se refiere a lo
propio, hasta el punto de que “los más enfermos son siempre los
obsesionados por la enfermedad de los otros”. En el caso girardiano
se trata de algo inconsciente, producido por las características de
la pulsión identitaria del hombre; pero en nuestro asunto político
son explícitamente las conveniencias sectarias aquellas que trazan
la barrera entre un juicio y su opuesto. En ambos se da la máxima de
Pablo:
“juzgando
a otros, a ti mismo te condenas, ya que obras esas mismas cosas tú
que juzgas”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario