lunes, 4 de noviembre de 2013

EXHIBICIONISMO PÁNICO


                        (artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)


Vivir es representar, actuar, fingir. Es seguir ese principio etimológico del término 'persona', que en latín significa máscara. Somos una máscara que va alternando sus registros, aunque siempre con el sentido de la apariencia como estandarte.
Si ya nuestro mundo occidental está caracterizado por el desarraigo, la puesta en cuestión de las formas principales de identidad, en este período interminable de Crisis dicha experiencia se exaspera. Curiosamente en una sociedad que dice ser ultraindividualista, las fuerzas que nos arrojan bajo la tutela de un grupo proselitista, el que sea, son muy vigorosas. A diferencia de los griegos antiguos, para los cuales la individualidad era algo a conquistar, en nuestro caso el elemento individual es el de partida, y por eso mismo “tendemos a la indiferenciación” (Martínez Marzoa). Decimos que queremos ser originales justo en el momento en que nos aborregamos, entregando nuestra alma desconcertada a la masa que nos aporta identidad genérica, aniquilando nuestra posibilidad exclusiva de ser. La tendencia moderna parte de lo individual hacia lo colectivo, en sentido a la unidad que nos permitiría (aunque no lo consiga) olvidar esa soledad tan detestada por angustiosa. Sigue siendo cierto que “toda la desgracia de los hombres viene de una sola cosa: el no saber quedarse tranquilos en una habitación” (Pascal).
Precisamos que los demás sepan quiénes somos: colgando banderas en el balcón, cubrirse con camisetas reivindicativas, llevando música atronadora en un coche atiborrado de pegatinas, subiendo fotos de poses ostentosas al Facebook. Se trata de una voluntad no tanto de ser transparente como de exhibir una marca, un aquí-estoy-yo. No lo que uno es, sino aquello que quiere ser y, en consecuencia, de lo que desea convencer a los demás.
Es llamativo lo que sucede en este sentido con el deporte, o más bien con el omnipresente deporte-religión: el fútbol. Todas nuestras ciudades están colonizadas por sus camisetas. Sobre todo por dos: las del Barcelona y el Madrid (la de la selección sólo en momentos de torneo). No las del Mallorca, que uno luce sólo cuando hay partido en son Moix, o en un bar donde resida una peña del club. Porque con la del Mallorca no puede conseguirse (y menos ahora) esa transmutación de lo sublime, porque no se obtiene más que vergüenza. En cambio, luciendo las camisetas blanca y azulgrana uno experimenta ser alguien mejor, un triunfador, aunque sea vampirizando éxitos ajenos. Pero en estos casos la tensión de la individualidad temerosa junto al deseo de ser alguien, de pisar el suelo con fuerza, se conjugan admirablemente. El reconocimiento implícito de la propia miseria en el momento en que uno siente ser el rey del mundo.

6 comentarios:

Revel dijo...

Muy interesante su artículo. Los que hemos sido educados en la costumbre de no mostrar en público emociones ni pasiones, solemos sentir vergüenza ajena ante la exhibición impúdica de todo tipo de banderas y creencias. Podrá parecer antipático, pero la discreción es también una forma de educación.
Saludos.

Johannes A. von Horrach dijo...

Revel, muchas gracias por su comentario. En mi caso esta cuestión también tiene algo que ver con la enseñanza recibida, porque mi familia es en esto (cultivar el pudor y el sentido del ridículo) típicamente mallorquina. Vivimos tiempos de melopea emocional muy indigesta.

saludos

navarth dijo...

Muy interesante Von Horrach. Esa tentación de la disolución en la masa es un serio peligro para la democracia. Por cierto la frase de Pascal me ha recordado esta de T.S. Eliot: “La mitad del daño que se hace en el mundo se debe a gente que quiere sentirse importante”

Ahora voy a pasar el test Voight-Kampff al que nos somete para publicar el comentario. Algún día me descubrirán. Saludos.

Lectora dijo...

Comparto el hieratismo, no obstante, hay algo de atávico en ese sentimiento de tribu, las masas nunca deberían despreciarse, me pregunto si sería mejor que la gente no se movilizara en absoluto.

La individualidad, bah, una mera ilusión, igual que la colectividad seguramente, en cualquier caso se necesitan mutuamente.

Johannes A. von Horrach dijo...

Querido Navarth, ¿me podría indicar en qué texto del gran TS Eliot aparece la frase que cita? gracias

Sonja, no conozco ni una sola masa potable. En cambio, individuos hay algunos estupendos. Hay que vivir en una colectividad, no hay más remedio, pero la identidad colectiva implica muchas más coerciones que la individual.

saludos

Lectora dijo...

Las masas menos potables que se le ocurran seguro que tendrán a un individuo detrás azuzándolas ¿no le parece?

No es que no haya más remedio que vivir en colectividad, ¿es que hay acaso otra forma de vida? Me parece a mi que paradójicamente no hay nadie más colectivo que un solitario que necesita relacionarse con los pensamientos de sus congéneres vivos o muertos, perteneciendo por estadística la mayoría a este segundo grupo (me refiero a los libros claro, no a la ouija). Llámelo sentido de la colectividad transversal o no se.

En cualquier caso muy interesante el tema de la máscara, pero ésta por sí misma es un absurdo, un concepto vacío, necesita un soporte, enmascara porque hay "algo" debajo, digo yo.

Es un placer leerle, y más en papel, y más ahora que se le entiende casi todo.

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