[Dan comienzo hoy mis colaboraciones para El Mundo este agosto, a razón de un artículo por semana, cada jueves]
Detesto el verano mediterráneo. Opresivo y envilecedor, “el
calor favorece el desarreglo, la suciedad y los populismos”
(Arcadi Espada). Por eso, en estas fechas necesito evadirme,
aunque la vía de escape adopte formas sombrías. En verano, el
protector velo de lo cotidiano desaparece para dejarte a la
intemperie. Todo lo que ya de por sí era dificultoso, en esta época
se agrava: la soledad es más punzante, el hastío imposible de
soportar, la agresividad más crispada. Todo pesa más.
Acabo el mes de julio leyendo en una cafetería de Pòrtol los nuevos
números de la revista Adiós, un caso extraordinario de
atención a la muerte, en tiempos tan huidizos y frágilmente
hedonistas. Cada cierto tiempo, por obligación o no, me paso por el
tanatorio del Bon Sosec para hacerme con los últimos ejemplares en
papel, y recordar que somos mortales.
Sí, acostumbro a pensar en la muerte. En los fallecidos que he
conocido, en lo que harían o pensarían en este momento presente.
Siete meses después de la muerte de mi tío, el pintor Tomàs
Horrach Bibiloni, lo veo huyendo de este calor infernal,
refugiándose en su querido Saint-Malo. Tomàs subía cada mes de
julio a su Citroen Picasso, y prefería conducir desde Barcelona
hasta la Bretaña francesa antes de que estas temperaturas redujeran
su humanidad a la de un superviviente de Auschwitz. Lo imagino ahora
cerca del castillo de Saint-Malo, pintando la subida de la marea.
También imagino al poeta Jaume Pomar, a quien traté unos
meses sirviéndole copas en la barra de una librería-cafetería
palmesana. Jaume tenía un encanto especial, a medio camino entre la
fina ternura y un sarcasmo demoledor. Tras dejar el whisky
(prescripción médica), consagraba su paladar a descubrir las
virtudes del buen vino. Tal vez hoy estaría saboreando de nuevo esa
colección de tintos dedicados a su admirado Cesare Pavese. No le
preocupaba morirse; decía que, al no tener hijos, nadie dependía de
él. Era libre de seguir su camino epicúreo.
En medio de este sopor canicular, también imagino otras muertes
recientes: la vegetación y la fauna de la Tramuntana aniquiladas por
el fuego esta semana. En mi último paseo entre Andratx y Estellencs,
no pude evitar deterner el coche en varios recodos del camino, para
fotografiar esa magnífica frondosidad tan cercana a la ambientación
de Twin Peaks. La ventaja de la muerte vegetal es que
resurgirá de sus cenizas, aunque pasen años o décadas; sin
embargo, de la muerte humana sólo queda el recuerdo de los vivos, y
eso no es precisamente un atributo de la eternidad.
4 comentarios:
Me ha gustado!
Nada que comentar, pero que sepas que por aquí ando.
Salud Dr.!
Gracias Pirene por su atención y presencia. saludos
Le leeré también allí.
Gracias Phil, un placer y un honor, ya lo sabe. abrazos
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