[artículo publicado hoy en El Mundo Baleares]
El
ser humano busca antes el sentido que la verdad. Tiene prisa por hacerse con un
significado que lo explique todo sin dudas ni ambigüedades. Nuestra mente nos
determina hasta el punto de convertirnos en seres más cercanos al arraigo en
las certezas que al camino incierto de lo riguroso. En la neurología moderna
(Gazzaniga) se ha evidenciado que determinan nuestras ideas y actos unos
presupuestos que están detrás de cada paso, fundamentando nuestra forma de
proceder. Aunque los datos no se adapten a la idea que de ellos nos hacemos a
priori, los encajamos a martillazos, con vehemencia. Es la estructura
evolutiva de nuestra mente, que prefiere la comodidad de lo que le conviene.
Luego,
los contextos intervienen para radicalizar estos patrones. En épocas de crisis
como la que vivimos, el blindaje de las certezas se forma como tensión
antagónica, es decir, como enfrentamiento con el otro. Porque la verdad en
estos casos tiende a implicar principalmente la culpabilidad de otros. Y esa
tensión se mantiene viva a cada instante, incluso aumenta sus dimensiones.
Propicia maniqueísmos, polarizaciones, y más tensiones que no resuelven nada
sino que agravan los problemas. Es una pena, pero en momentos de incertidumbre
una mayoría ahonda en sus convicciones, radicaliza sus dogmas; no aprovecha la
riqueza cognitiva de la inquietud reinante para hacer autocrítica. Asimismo se
pierde con más facilidad el sentido común, la reflexividad y la voluntad de
acercamiento al otro.
Últimamente
hemos podido comprobar, en varios casos sucedidos en Baleares y Galicia, la
realidad de esta pauta: el accidente de tren en Angrois, el incendio de
Andratx, y también estoy pensando en el caso Alpha Pam. En dichas situaciones,
una amplia mayoría, en la prensa o en las redes sociales, quería saberlo todo
al instante, sin esperar no sólo a que se iniciaran las respectivas
investigaciones, sino todavía en medio de la catástrofe. Es más, no querían
saber, sino que ¡ya lo sabían todo! El culpable cambiaba en cada caso, pero la
certeza era igualmente absoluta. La culpa es de este o aquel, pero hay una
culpa inalterable, fija, que convierte a los otros en seres satánicos,
responsables exclusivos de todo mal: Rajoy o José Blanco, el maquinista, los
recortes de Bauzá, el descuidado pirómano, el hospital de Inca, etc. Una sola
causa, como si no pudieran darse varias a la vez, concatenadas; y rápido, sin
esperar al dictamen de los análisis. Y si al final resulta que nadie tenía
razón, no se preocupen, sucederá como con los resultados electorales: todos
ganan, nadie se equivoca.
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