(artículo publicado hoy en El Mundo-El día de Baleares, p. 17)
Desde
la Transición, el poder de la partitocracia en nuestro país ha sido
inmenso. Ya en los 80 los partidos políticos fueron afianzando sus
tentáculos para controlar cada esfera de la sociedad, desde la
ciudadanía hasta las cajas de ahorros o los medios de comunicación,
pasando por los clubes de fútbol o ciertos sectores económicos
(electricidad, telefonía, etc.). El PSOE inició el trabajo, gracias
al empuje legitimador que parecían conferirle sus sucesivas mayorías
absolutas, pero después se sumaron a la fiesta el PP y partidos
nacionalistas de poder como CiU y PNV. Ahora vemos que todos y cada
uno de estos partidos están inmersos en escándalos tan graves que
en un país serio acabarían con ellos.
Como
señala el ensayista César Molinas, la política española se ha
articulado como si fuera una casta (“élites
extractivas”), a la que no se exige un
determinado nivel académico (por eso siempre he pensado que los
políticos son los principales interesados de que nuestro sistema
educativo sea cualitativamente tan mediocre), y que financia sus
múltiples gastos mediante un omnímodo sistema de captura de rentas,
ya sea saqueando a la clase media o a empresas que están fuera de su
círculo de influencias.
El
resultado es que los políticos han colonizado cada ámbito de la
ciudadanía, interviniendo sectores, mediante pactos con empresas
favorecidas (que luego pagan los favores fichando como asesores a
ex-políticos por cantidades millonarias, casos de Endesa, Telefónica
o Gas Natural), mientras el coste de estas alianzas van a cuenta de
la ciudadanía. Sin embargo, parece que la vida fuera de este dominio
de la partitocracia es más provechoso, porque donde ellos no han
metido su zarpa, es decir, en sectores menos intervenidos como es el
caso del textil, España es capaz de producir un gigante mundial como
Inditex.
En
esta línea, nos encontramos con que los partidos de nuestro
Parlament (PP, PSIB y PSM) reciben cada año 1 millón de dinero
público para sus gastos de funcionamiento (al margen de sueldos y
dietas). Un dinero que, por supuesto, gastan sin un mínimo desglose
público para saber a qué se destina. Son consecuentes con esta
opacidad, pues cada vez que UPyD propone en el Parlamento nacional
una necesaria ley de transparencia, la mayoría de partidos (IU incluido) se unen
para tumbarla. En la opacidad nuestro partidos han vivido mejor que
un león del Serengueti.
Una
diputada de izquierdas trata de justificar el citado ejemplo en la
prensa local asegurando que el funcionamiento de los partidos
requiere de estas ayudas públicas: “Únicamente
con las cuotas de los afiliados sería imposible poder mantener el
partido, hay muchos gastos a los que hacer frente”...
Es evidente, cada vez más, que su sentido de la realidad está
profundamente fracturado, porque si los partidos no tienen dinero
propio para pagar las innumerables sedes que tienen en los pueblos de
Mallorca (esa es otra: ¿Por qué se necesita que haya una sede en
cada rincón?), o para sufragar las mastodónticas y circenses
campañas electorales, es evidente que la conclusión lógica sería
que recortaran gastos, y no siguieran exprimiendo a una ciudadanía
arruinada para seguir con su enloquecido tren de vida.
4 comentarios:
Buenas noches Horrach. Con bastante retraso he leído sus dos artículos dedicados a la partitocracia, con los que no puedo estar más de acuerdo. ¿Escribe ahora en El Mundo?. Un abrazo.
Gracias, querido Navarth. No trabajo para El Mundo, simplemente les envío algunos textos de vez en cuando y ellos me los van publicando.
abrazos
No puedo estar más de acuerdo. Saludos.
Coincido.
http://espiaenelcongreso.wordpress.com
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