De una o de otra manera siempre vuelvo a Bergman. En este caso, concretamente, al que para un servidor es el mejor actor que he podido disfrutar en celuloide: Erland Josephson. Un tipo que sin aspavientos sabía encarnar como nadie el rostro más desapacible de la existencia. No quiero esperar al momento de su muerte (tiene 87 años) para homenajearlo con el recuerdo de una de sus mejores escenas, que es mi predilecta de Saraband (2003), la última obra de Bergman. Son casi diez minutos en los que asistimos a un frío y minucioso descuartizamiento paternofilial, de esos que abundan por el mundo pero escasean en pantalla. Henrik (Borje Ahlstedt), que vive cerca de la casa de su padre Johan (Josephson) aunque apenas se ven, acude temeroso a la guarida kierkegaardiana con el fin de solicitarle un favor para la nieta del Pater. Podría rememorar alguna de los mejores momentos de Josephson en Pasión, La hora del lobo (como barón Von Merckens), Escenas de un matrimonio o en el Sacrificio de Tarkovski, pero le tengo mucho aprecio a esta escena que refleja cómo las pasiones más infectadas tienden a acontecer en el ámbito familiar.
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