lunes, 7 de diciembre de 2009

LA PINTURA HOLANDESA QUE EMERGE DEL SUBSUELO

Judit presentando la cabeza de Holofernes, Salomon de Bray (1636)
Haciendo memoria, me doy cuenta de que apenas he hablado de pintura en este blog. El motivo no consiste en una falta de aprecio por el arte pictórico, es otra cosa. Suele pasar: determinadas pasiones quedan relegadas a una cierta interioridad que no busca ansiosamente manifestarse ante los demás. Me sucedió mucho tiempo, por ejemplo, con el rugby, pero también me ha pasado en este caso, especialmente con la pintura flamenca y holandesa, que con apreciable diferencia son mis predilectas en su materia. Aprovecharé pues para dejar salir por las rendijas del subsuelo un poco de mi interés por la pintura, sirviéndome de un hecho de actualidad, como es que el Museo Nacional del Prado acaba de inaugurar una exposición sensacional. Se trata de una colección de pintura holandesa del siglo XVII que está en posesión de dicho museo, aunque se encontrara prácticamente desaparecida desde la década de 1940 (la exposición permanecerá abierta desde el pasado día 3 de diciembre hasta el 11 de abril del 2010). Literalmente, estos cuadros fascinantes acaban de emerger de un subterráneo madrileño para mostrarnos en qué consiste la 'mirada holandesa' sobre las cosas. Sepultadas por miles de banalidades y engendros de nuestra reciente modernidad, prácticamente relegadas a una casillero de la historia, estas deslumbrantes obras regresan ahora del olvido para poder observarnos con su ojo apolíneo y marcarnos con el sello de lo necesario. La pena es que en esta colección no podamos contemplar ningún Vermeer, aunque sí hay un Rembrandt, Artemisia. Otra obra interesante, la que ofrece su imagen en el catálogo, pertenece a Salomon de Bray y tiene una historia muy curiosa que nos desvela la comisaria de la exposición madrileña, Teresa Posada, en este video. Hasta que fue restaurado, en 1992, la cabeza de Holofernes que hoy día podemos ver era en realidad un jarrón azul. Sólo gracias a una radiografía se pudo comprobar lo que el lienzo ocultó durante siglos, y que la restauración posterior acabó por desvelar a una mirada directa.
Artemisia, Rembrandt (1634)
La pintura holandesa del siglo XVII se caracterizó principalmente por una resistencia a seguir los parámetros de la pintura italiana renacentista, es decir, que prefirió la descripción minuciosa de unas situaciones cotidianas antes que la narración de hechos excepcionales. En esa dicotomía el ojo holandés se decantó por una mirada introspectiva sobre la realidad cotidiana y sus pequeños rincones, por llevar a cabo pormenorizadas presentaciones figurativas de situaciones estáticas. Pero, en su naturalismo milimétrico, escondía la pintura holandesa significados escurridizos; la perfección de lo evidente abría y a la vez cerraba puertas a aquello que escapaba a la mirada y también al sentido inmediato. Sin embargo, el significado profundo que se sugiere no es otro que lo que se ve. En el lienzo se articula en torno a una idea de plenitud, de realismo tan puntilloso que semeja fantástico, pero paradójicamente esa plenitud excava una ausencia, se sugiere un sentido oculto, pero el sentido, de existir, reside en la superficie, en la riqueza espléndida de lo visual y a su autonomía más allá de toda interpretación teórica (el arte italiano, por contra, y debido a su vínculo con el referente literario, mantiene una relación más acorde con la interpretación textual. Por ejemplo, tratados sobre arte abundaban en la Italia renacentista, mientras que apenas aparecen en la Holanda del siglo XVII). Si hay un sentido oculto en la pintura holandesa no puede apresarse mediante palabras.

Emblema de la muerte, Pieter Steenwijck (1635-40)

El cineasta británico Peter Greenaway, probablemente el director cuyo trabajo tiene más que ver con el legado pictórico de Occidente, ha sido uno de los pocos que ha tratado de asimilar a sus películas las características de la pintura holandesa: ausencia de sentido (fuerte) narrativo, autonomía absoluta de lo visual, significados ocultos cuya finalidad no consiste en su desvelamiento explícito, etc. En el caso de una de sus primeras películas, ZOO (A Zed & Two Noughts), incluso se encarga de reproducir (creativamente) determinadas obras de Johannes Vermeer: El astrónomo, El geógrafo o La lección de música. También, en la que ha sido hasta ahora su última obra estrenada, Nightwatching, se dedica a especular con las circunstancias que rodearon la creación de la Ronda de noche de Rembrandt (en Google Video puede verse la película completa). Para encontrar a herederos contemporáneos de esta 'mirada holandesa' tenemos que recurrir al minoritario y exquisito Greenaway, y eso tal vez quiera decir alguna cosa sobre nosotros.

8 comentarios:

koolauleproso dijo...

Yo, que me licencié en Historia del Arte, hace ya demasiados años nunca, creo, he dedicado un post al objeto de mis estudios, salvo mis relativamente frecuentes críticas cinematográficas. Y conste que durante años una de mis obsesiones principales fue el Barroco en sus múltiples manifestaciones, porque tan barrocos son Velázquez, Rembrandt o Rubens como Vermeer o Poussin; y es que el Barroco, tan parecido en su multiplicidad y polisemia al panorama artístico actual (sí, soy de los que creo que el arte todavía no ha muerto, si no que se refugia en nuevos medios de expresión-cine, comic y, por supuesto, la siempre imprescindible arquitectura-) y tan relacionado con la propaganda y publicidad (de la fé católica en el siglo XVII, de la fé en el consumo en la actualidad) se impone más que como una corriente artística como el fundamento visual de toda una ideología (o más bien imaginería, habría que decir).

Saludos, y perdón por el "rollete"

Johannes A. von Horrach dijo...

También me sucede a mí lo mismo, Koolau, con el propio Girard, del que he hablado aquí menos de lo que en principio podría esperarse de alguien que lleva 7 años a cuestas con una tesis de este pensador francés.

Vale que los autores que citas son tyodos barrocos, pero hay no pocas diferencias entre ellos. Por ejemplo, entre Vermeer, que me entusiasma, y su compatriota Rembrandt. Éste último estaba más influenciado por la pintura italiana (y los rasgos que enumero en la entrada) que por la de la escuela holandesa de Vermeer o De Hooch. Las alegorías y los mitos ocupan un espacio mucho mayor en la obra de Rembrandt; por ejemplo, en Vermeer, apenas hay nada de eso.

saludos

jacob dijo...

Quizás la pintura holandesa de ese periodo, permite una mirada liberada de la iconografía católica, tan condicionada por sus menesteres. La Holanda del siglo XVII es un compendio de ilusiones y proyectos esperanzadores en una Europa anquilosada. Celebro esa entrada Horrach.

Johannes A. von Horrach dijo...

Gracias, Jacob, pero es que el tema lo merece.

Por cierto, no puedo dejarme de comentar la maravillosa textura de la especie de capa que lleva Judith sobre los hombros. Representa una combinación de color muy estimulante, ese oro gastado sobre fondo violáceo casi negro. El dibujo es tan preciso que parece un cuadro de Vermeer.

saludos

Lectora dijo...

Yo me temo que soy bastante ignorante en la materia, aún así hay un aspecto del arte que me fascina y es la posibilidad de su lenguaje críptico.
Por ejemplo, siempre me ha intrigado la posición de los dedos, en ocasiones tan antinaturales de algunas pinturas, la Artemisia de Rembrandt o padecía artritis reumatoide o no se...no le veo una distribución digital especialmente armónica.
¿Y qué me dicen de "El caballero de la mano en el pecho"?

Y no digamos Poussin con toda su leyenda en relación a Rennes le Chateau, enigma donde los haya. Yo sospecho que era sanjuanista viendo sus pinturas, explicación muy diferente claro a la que da el código da vinci, terrible bodriete dicho sea de paso.

Artqwin dijo...

Pues sí que es difícil la posturita de Artemisia, Sonja, no hay más que probar, como lo de besarse en el codo propio.
Otra banda sonora para rugby:
http://www.youtube.com/watch?v=SKd0VII-l3A
(David Oistrakh, clair de lune Debussy)

Crítico Constante dijo...

Estupendo artículo, Horrach. Coincido con su interés en la pintura holandesa, aunque mi manga es ancha y va desde los venecianos del XVI a Chardin en el XVIII. Es la misma tradición, con peculiaridades locales. El resto ya no es la Gran Pintura, si se permite el entusiasmo.
Los holandeses debieron volverse sobre sí mismos y ya sabe, cuando el artista se vuelve sobre sí termina por descubrir lo que tiene más a la vista y nunca percibió.

Johannes A. von Horrach dijo...

Muchas gracias, querido Crítico. EStoy de acuerdo: tal vez provocado por cierto ensimismamiento (aunque su poder político-comercial los llevara mucho más lejos de los pequeños dominios de su ombligo), los holandeses redescubrieron la cotidianidad, que, como de demostraron Vermeer y compañía, puede llegar a ser mucho más sugerente que las mitologías más pintorescas.

saludos

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