lunes, 8 de octubre de 2018

DOCE BÁSICOS DE LA LITERATURA DEL MAR


 (artículo publicado en la Gaceta Náutica)


     Muchas veces olvidamos que la vida es agua y fue originada en el mar. Pero con siglos de arraigo en tierra firme, el mar se convierte en el ámbito de lo desarraigado, de la otredad, aventura incontrolable. La literatura marina es tan antigua como la escritura, y el mar, en ese sentido, podría ser el escenario idóneo de la confrontación total con la existencia: nos revelaría de qué material estamos hechos. En el mar, uno se pone a prueba. No puedes establecerte sobre él, es pura intensidad, un tránsito poderoso que te eleva o te destruye.

     Hay que perderse en el mar para, al regresar, poder ser uno mismo, con el riesgo de sumergirse “en el gran sudario” (Moby Dick) líquido. Como decía Hölderlin, hay que salir de nosotros mismos para poseernos más vivamente. Naufragios, tesoros ocultos, tormentas devastadoras, barcos fantasma como el Holandés Errante. De esa potencia ambivalente, esa calidez líquida que nos acaricia y el abrazo brutal que nos lleva hasta las profundidades, dan buena cuenta estos clásicos de lo marino.

     La Odisea, Homero (siglo VIII aC):
   El poema épico de Homero, que relata las peripecias de Ulises durante 10 años a su regreso de Troya, es básicamente una cartografía originaria de todo el Mediterráneo. Lo mítico del viaje de Ulises, con sus elementos sobrenaturales, no supone un rebajamiento de la verdad experiencial de la historia, de lo que supone de símbolo de lo humano en el momento justo en que nuestra civilización europea comenzaba a andar. O, mejor dicho, a navegar. Sirviéndose de la deriva como método de conocimiento, asumiendo la interrogación que supone la navegación.

     Diario de a bordo, Cristóbal Colón (1492):
    Transcritos por fray Bartolomé de las Casas, los diarios que el conquistador Colón elaboraró a bordo de la carabela Santa María son un testimonio único sobre la hazaña, prácticamente única en su momento, de atravesar un océano inexplorado. Y, como muchas de las aventuras más deslumbrantes del ser humano, se descubrió algo que se ignoraba, acuñándose en este caso la célebre frase “descubrir América buscando las Indias”.
    El texto trata de los cuatro viajes al Nuevo Mundo de Colón, aunque el primero de todos ocupa mayor especio y, lógicamente, una relevancia superior.

     Robinson Crusoe, Daniel Defoe (1719):
   Considerada como la primera novela inglesa, narra las aventuras de un Crusoe que en una expedición marina por África es capturado por unos piratas y convertido en esclavo. Escapa ayudado por un capitán portugués, pero sufre un naufragio del que es el único superviviente en una isla que parece desierta pero que está habitada por caníbales. Teñida del idealismo colonialista de la época, retrata el choque material y cultural que supone para un europeo salir con vida en un claustrofóbico contexto salvaje.

     Narración de Arthur Gordon Pym, Edgar Allan Poe (1838):
     Poe relaciona en esta narración el repetorio habitual de las historias marineras con elementos rocambolescos e incluso sobrenaturales, con epicentro en los ignotos mares antárticos. Por esto último fue idolatrada este obra por Lovecraft.
     El protagonista, Pym, enrolado clandestinamente en el ballenero Grampus, vive desde primera línea toda una serie de sucesos escabrosos (canibalismo, cadáveres descompuestos, violencia sanguinaria), una especie de periplo infernal por los itinerarios marinos. Poe nunca llegó tan lejos en cuanto a imaginación truculenta como aquí, y para las intrahistorias se inspiró en las expediciones polares, muy famosas por entonces, o en leyendas de naufragios.

    20.000 leguas de viaje submarino, Jules Verne (1870):
    A diferencia de otros relatos marinos, en este caso las profundidades cobran especial relevancia, pues en lugar de un barco se navega con un submarino, el mítico Nautilus del capitán Nemo, que les permite atravesar el mundo conocido… y también del desconocido (la Atlántida). Nemo lleva como prisionero al biólogo Pierre Aronnax, que es el narrador de la historia.
     Como en un relato de Poe, Verne se refiere aquí del famoso Maelstrom, el gran remolino ubicado (realmente, aunque a menor escala que en la ficción) en zona noruega: las fauces del mar en su dimensión más fascinante y destructiva, un vórtice que llegaría hasta el fondo del océano.

     La isla del tesoro, Robert Louis Stevenson (1883):
    Las peripecias del niño Jim Hawkins, que tras el asesinato de su padre, dueño de la posada Almirante Benbow, se enfrenta a los piratas por un tesoro escondido en una isla abandonada del Caribe. Dejó para la posteridad al personaje del pirata Long John Silver, contramaestre del Walrus del legendario Captain Flint.
    Stevenson creó una imperecedera iconografía sobre los piratas, que desde entonces fueron representados con loros sobre sus hombros, patas de palo, mapas del tesoro (señalando con una X su ubicación exacta), islas tropicales.

     Moby Dick, Herman Melville (1851):
    Obra maestra del género y de la literatura en general, con un inicio fascinante y poderoso, Moby Dick retrata la persecución de una ballena blanca a la que se da este nombre, obsesión enloquecida del satánico Ahab, capitán del Pequod y protagonista de la novela junto al narrador Ismael. “Sólo en estar lejos de tierra reside la más alta verdad, sin orilla y sin fin. Más vale perecer en ese aullar infinito que ser lanzado sin gloria a sotavento”.
    Tanto la obsesión de Acab, cuya pierna izquierda fue arrancada en el pasado por la ballena, como la propia Moby Dick, son metáforas, pero tan ambiguas que han generado centenares de opiniones para desentrañar su sentido. Navegar por estas páginas depara todo tipo de hallazgos, y tal vez uno de ellos sea que la racionalidad se pone muchas veces al servicio de la demencia, como reconoce en algún momento Ahab.

     El lobo de mar, Jack London (1904):
  Otro hombre de mar reciclado en novelista de sus experiencias al límite, London retrata aquí las peripecias de Humphrey van Weyden, un crítico literario enrolado en la goleta Fantasma, del despiadado capitán Lobo Larsen. La realidad de a bordo, teñida de brutalidad y riesgo pero subrayada por acotaciones de sabiduría cínica, supone el escenario nietzscheano (ideas sobre el Superhombre) del duelo entre ambos hombres, una metáfora de la vida como lucha salvaje donde “la victoria tiene muy poco que ver con la justicia” (Orwell). Van Weyden se ve obligado a endurecer su fina sensibilidad para sobrevivir a esa prueba sobre las aguas.

     Lord Jim, Joseph Conrad (1900):
    Como en el resto de su obra, Conrad contruye esta novela sobre una idea de moralidad en carne viva, que pone sobre la mesa la trágica existencia humana. Lord Jim trata de expiar su pasado de responsabilidad, a pesar de ser absuelto, de un suceso vergonzoso como fue el abandono del Patna, barco que llevaba peregrinos a La Meca, cuando parecía que se iba a hundir en las aguas. Perseguido por el oprobio, incluso cuando trata de mantener oculta su identidad, Jim se ve obligado a huir hacia el este; primero, de puerto en puerto, y después, “marino exiliado del mar”, tierra adentro, donde acaba encontrando su trágica redención. La historia está narrada por un marinero, el capitán Marlow, protagonista del fascinante El corazón de las tinieblas.

     El viejo y el mar, Ernest Hemingway (1952):
    Narra la historia de un viejo pescador, Santiago, que se hace a la mar vez en busca de una pieza importante. La encuentra, pero la lucha para capturarla se prolonga durante tres largos días. Tras el éxito, la decepción: el enorme pez espada, atado a un lado de la embarcación, irá siendo devorado por los tiburones en el regreso hacia tierra firme, quedando de su triunfo sólo un esqueleto de espinas. Hemingway reconocía en esta obra una metáfora de la carroñera crítica literaria.

    Relato de un náufrago, Gabriel García Márquez (1970):
    La agónica historia, basada en hechos reales, de un hombre que permaneció 10 días infinitos a la deriva, en una escalofriante experiencia de soledad humana. La narración de García Márquez acabó desvelando que el naufragio no se había producido por una tormenta, sino por un accidente derivado del contrabando. Así, su protagonista, Luis Alejandro Velasco, pasó al olvido tras haber sido considerado un héroe de Colombia, y su autor tuvo que exiliarse en París.

    Hacia los confines del mundo, Harry Thompson (2007):
     La historia del capitán del mítico Beagle, Robert FitzRoy, que llevó a Darwin en su fascinante viaje por el mundo (1831-1836) que cambió la historia de la ciencia. Junto a la recreación de tan épico itinerario, el autor contrapone dos figuras idealistas, aunque una se escore hacia lo religioso y la otra se aferre al método científico.


     *Bonus tracks: 

    La Biblia (750 aC- 110 dC):
   Ya en el texto religioso se manifiesta esa fuerza bipolar del mar, aquella tensión que por una parte salva pero por la otra aniquila. La separación de las aguas del Mar Rojo son un ejemplo imborrable de ello, sobre todo desde su codificación visual en la película Los diez mandamientos. También en la historia de Jonás, primero engullido por una ballena, donde estuvo tres días, y después liberado en tierra firme.

    El viaje de los argonautas, Apolonio de Rodas (s. III aC):
    Poema épico que narra el mítico viaje de la nave Argo, al mando de la cual estaba Jasón, y cuya expedición tenía como finalidad dar con el vellocino de oro en la Cólquida. Allí Medea, hija del rey Eetes, se enamoró de Jasón, y le ayudó en su misión, a cambio de regresar con él a Yolco. Gigantes, monstruos, harpías y sirenas fueron algunos de los obstáculos que debieron sortearse para consumar la hazaña.

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