(artículo publicado en la Gaceta Náutica)
Muchas
veces olvidamos que la vida es agua y fue originada en el mar. Pero
con siglos de arraigo en tierra firme, el mar se convierte en el
ámbito de lo desarraigado, de la otredad, aventura incontrolable. La
literatura marina es tan antigua como la escritura, y el mar, en ese
sentido, podría ser el escenario idóneo de la confrontación total
con la existencia: nos revelaría de qué material estamos hechos. En
el mar, uno se pone a prueba. No puedes establecerte sobre él, es
pura intensidad, un tránsito poderoso que te eleva o te destruye.
Hay
que perderse en el mar para, al regresar, poder ser uno mismo, con el
riesgo de sumergirse “en el gran sudario” (Moby Dick) líquido.
Como decía Hölderlin, hay que salir de nosotros mismos para
poseernos más vivamente. Naufragios, tesoros ocultos, tormentas
devastadoras, barcos fantasma como el Holandés Errante. De esa
potencia ambivalente, esa calidez líquida que nos acaricia y el
abrazo brutal que nos lleva hasta las profundidades, dan buena cuenta
estos clásicos de lo marino.
La
Odisea, Homero (siglo VIII aC):
El
poema épico de Homero, que relata las peripecias de Ulises durante
10 años a su regreso de Troya, es básicamente una cartografía
originaria de todo el Mediterráneo. Lo mítico del viaje de Ulises,
con sus elementos sobrenaturales, no supone un rebajamiento de la
verdad experiencial de la historia, de lo que supone de símbolo de
lo humano en el momento justo en que nuestra civilización europea
comenzaba a andar. O, mejor dicho, a navegar. Sirviéndose de la
deriva como método de conocimiento, asumiendo la interrogación que
supone la navegación.
Diario
de a bordo, Cristóbal Colón (1492):
Transcritos
por fray Bartolomé de las Casas, los diarios que el conquistador
Colón elaboraró a bordo de la carabela Santa María son un
testimonio único sobre la hazaña, prácticamente única en su
momento, de atravesar un océano inexplorado. Y, como muchas de las
aventuras más deslumbrantes del ser humano, se descubrió algo que
se ignoraba, acuñándose en este caso la célebre frase “descubrir
América buscando las Indias”.
El
texto trata de los cuatro viajes al Nuevo Mundo de Colón, aunque el
primero de todos ocupa mayor especio y, lógicamente, una relevancia
superior.
Robinson
Crusoe, Daniel Defoe (1719):
Considerada
como la primera novela inglesa, narra las aventuras de un Crusoe que
en una expedición marina por África es capturado por unos piratas y
convertido en esclavo. Escapa ayudado por un capitán portugués,
pero sufre un naufragio del que es el único superviviente en una
isla que parece desierta pero que está habitada por caníbales.
Teñida del idealismo colonialista de la época, retrata el choque
material y cultural que supone para un europeo salir con vida en un
claustrofóbico contexto salvaje.
Narración
de Arthur Gordon Pym, Edgar Allan Poe (1838):
Poe
relaciona en esta narración el repetorio habitual de las historias
marineras con elementos rocambolescos e incluso sobrenaturales, con
epicentro en los ignotos mares antárticos. Por esto último fue
idolatrada este obra por Lovecraft.
El
protagonista, Pym, enrolado clandestinamente en el ballenero Grampus,
vive desde primera línea toda una serie de sucesos escabrosos
(canibalismo, cadáveres descompuestos, violencia sanguinaria), una
especie de periplo infernal por los itinerarios marinos. Poe nunca
llegó tan lejos en cuanto a imaginación truculenta como aquí, y
para las intrahistorias se inspiró en las expediciones polares, muy
famosas por entonces, o en leyendas de naufragios.
20.000
leguas de viaje submarino, Jules Verne (1870):
A
diferencia de otros relatos marinos, en este caso las profundidades
cobran especial relevancia, pues en lugar de un barco se navega con
un submarino, el mítico Nautilus del capitán Nemo, que les permite
atravesar el mundo conocido… y también del desconocido (la
Atlántida). Nemo lleva como prisionero al biólogo Pierre Aronnax,
que es el narrador de la historia.
Como
en un relato de Poe, Verne se refiere aquí del famoso Maelstrom, el
gran remolino ubicado (realmente, aunque a menor escala que en la
ficción) en zona noruega: las fauces del mar en su dimensión más
fascinante y destructiva, un vórtice que llegaría hasta el fondo
del océano.
La
isla del tesoro, Robert Louis Stevenson (1883):
Las
peripecias del niño Jim Hawkins, que tras el asesinato de su padre,
dueño de la posada Almirante Benbow, se enfrenta a los piratas por
un tesoro escondido en una isla abandonada del Caribe. Dejó para la
posteridad al personaje del pirata Long John Silver, contramaestre
del Walrus del legendario Captain Flint.
Stevenson
creó una imperecedera iconografía sobre los piratas, que desde
entonces fueron representados con loros sobre sus hombros, patas de
palo, mapas del tesoro (señalando con una X su ubicación exacta),
islas tropicales.
Moby
Dick, Herman Melville (1851):
Obra
maestra del género y de la literatura en general, con un inicio
fascinante y poderoso, Moby Dick retrata la persecución de una
ballena blanca a la que se da este nombre, obsesión enloquecida del
satánico Ahab, capitán del Pequod y protagonista de la novela junto
al narrador Ismael. “Sólo en estar lejos de tierra reside la más
alta verdad, sin orilla y sin fin. Más vale perecer en ese aullar
infinito que ser lanzado sin gloria a sotavento”.
Tanto
la obsesión de Acab, cuya pierna izquierda fue arrancada en el
pasado por la ballena, como la propia Moby Dick, son metáforas, pero
tan ambiguas que han generado centenares de opiniones para
desentrañar su sentido. Navegar por estas páginas depara todo tipo
de hallazgos, y tal vez uno de ellos sea que la racionalidad se pone
muchas veces al servicio de la demencia, como reconoce en algún
momento Ahab.
El
lobo de mar, Jack London (1904):
Otro
hombre de mar reciclado en novelista de sus experiencias al límite,
London retrata aquí las peripecias de Humphrey van Weyden, un
crítico literario enrolado en la goleta Fantasma, del despiadado
capitán Lobo Larsen. La realidad de a bordo, teñida de brutalidad y
riesgo pero subrayada por acotaciones de sabiduría cínica, supone
el escenario nietzscheano (ideas sobre el Superhombre) del duelo
entre ambos hombres, una metáfora de la vida como lucha salvaje
donde “la victoria tiene muy poco que ver con la justicia”
(Orwell). Van Weyden se ve obligado a endurecer su fina sensibilidad
para sobrevivir a esa prueba sobre las aguas.
Lord
Jim, Joseph Conrad (1900):
Como
en el resto de su obra, Conrad contruye esta novela sobre una idea de
moralidad en carne viva, que pone sobre la mesa la trágica
existencia humana. Lord Jim trata de expiar su pasado de
responsabilidad, a pesar de ser absuelto, de un suceso vergonzoso
como fue el abandono del Patna, barco que llevaba peregrinos a La
Meca, cuando parecía que se iba a hundir en las aguas. Perseguido
por el oprobio, incluso cuando trata de mantener oculta su identidad,
Jim se ve obligado a huir hacia el este; primero, de puerto en
puerto, y después, “marino exiliado del mar”, tierra adentro,
donde acaba encontrando su trágica redención. La historia está
narrada por un marinero, el capitán Marlow, protagonista del
fascinante El corazón de las tinieblas.
El
viejo y el mar, Ernest Hemingway (1952):
Narra
la historia de un viejo pescador, Santiago, que se hace a la mar vez
en busca de una pieza importante. La encuentra, pero la lucha para
capturarla se prolonga durante tres largos días. Tras el éxito, la
decepción: el enorme pez espada, atado a un lado de la embarcación,
irá siendo devorado por los tiburones en el regreso hacia tierra
firme, quedando de su triunfo sólo un esqueleto de espinas.
Hemingway reconocía en esta obra una metáfora de la carroñera
crítica literaria.
Relato
de un náufrago, Gabriel García Márquez (1970):
La
agónica historia, basada en hechos reales, de un hombre que
permaneció 10 días infinitos a la deriva, en una escalofriante
experiencia de soledad humana. La narración de García Márquez
acabó desvelando que el naufragio no se había producido por una
tormenta, sino por un accidente derivado del contrabando. Así, su
protagonista, Luis Alejandro Velasco, pasó al olvido tras haber sido
considerado un héroe de Colombia, y su autor tuvo que exiliarse en
París.
Hacia
los confines del mundo, Harry Thompson (2007):
La
historia del capitán del mítico Beagle, Robert FitzRoy, que llevó
a Darwin en su fascinante viaje por el mundo (1831-1836) que cambió
la historia de la ciencia. Junto a la recreación de tan épico
itinerario, el autor contrapone dos figuras idealistas, aunque una se
escore hacia lo religioso y la otra se aferre al método científico.
*Bonus tracks:
La Biblia (750 aC- 110 dC):
Ya
en el texto religioso se manifiesta esa fuerza bipolar del mar,
aquella tensión que por una parte salva pero por la otra aniquila.
La separación de las aguas del Mar Rojo son un ejemplo imborrable de
ello, sobre todo desde su codificación visual en la película Los
diez mandamientos. También en la historia de
Jonás, primero engullido por una ballena, donde estuvo tres días, y
después liberado en tierra firme.
El
viaje de los argonautas,
Apolonio de Rodas (s. III aC):
Poema
épico que narra el mítico viaje de la nave Argo, al mando de la
cual estaba Jasón, y cuya expedición tenía como finalidad dar con
el vellocino de oro en la Cólquida. Allí Medea, hija del rey Eetes,
se enamoró de Jasón, y le ayudó en su misión, a cambio de
regresar con él a Yolco. Gigantes, monstruos, harpías y sirenas
fueron algunos de los obstáculos que debieron sortearse para
consumar la hazaña.
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