(mi prólogo sobre el catalanismo en Baleares del libro de Mikel Arteta Construcción Nacional en Valencia)
Sin
ninguna duda, en las islas Baleares se han seguido estos últimos 40
años los pasos del conflictivo modelo lingüístico y político
implantado en Cataluña por el pujolismo. A pesar de contar con un
menor apoyo social y electoral que el capitalizado en tierras del
Principado, el catalanismo en Baleares se ha dedicado igualmente a
dividir la sociedad sirviéndose de las lenguas como criterios
ideológicos de demarcación, imponiendo su marco conceptual incluso
a los rivales políticos. En este sentido, el PP, siendo el
equivalente balear a CiU en cuanto a partido de poder, ha jugado un
papel decisivo en el avance de las tesis catalanistas en las islas,
aunque haya sido por entreguismo. Fruto de un complejo de
inferioridad hábilmente inoculado por el nacionalismo, salvo en la
legislatura de José Ramón Bauzá (2011-2015) nunca opusieron
resistencia a la expansión del discurso pancatalanista. El mismo
Estatuto de Autonomía (1983) ya dejó una buena muestra de la
actitud claudicante de la derecha balear: su líder histórico,
Gabriel Cañellas, no quería de ninguna manera que la lengua
generara un conflicto civil, y por eso regaló un consenso
socialmente ficticio que sus rivales aprovecharon para ir ganando
posiciones y quebrar el bilingüismo. De inicio, en este Estatuto ya
se cedió indicando que el nombre de la lengua ‘propia’ sería
catalán, cuando no existía una conformidad al respecto en una
sociedad isleña que no pretendía que fueran idiomas distintos sino
que se respetaran las modalidades propias. Poco después llegó la
Ley de Normalización Lingüística (1986), donde se marcó el camino
para que el castellano quedara relegado en favor de un catalán muy
estandarizado que se convertía así en la lengua preferente y de las
propias instituciones. Esa asimetría legal no ha ido más que
ampliándose con el paso del tiempo, aunque socialmente el castellano
y el dialecto balear siguen resistiendo.
El
PP gobernó de forma continuada las Baleares entre 1983 y 1999,
momento en que una coalición de partidos de todo pelaje
(socialistas, nacionalistas, comunistas, derecha regionalista,
ecologistas) se alió para articular el primer Pacto de Progreso (de
tres totales), caso pionero a nivel nacional de alianza de “todos
contra el PP”. Ahí sí que Baleares fue algo por delante de su
espejo catalán. Dicha coalición, presidida por el socialista
Francesc Antich (también en el segundo Pacto, entre 2007 y 2011, que
añadió a ERC), se dedicó a aplicar de forma obsesiva y maximalista
las herramientas lingüísticas que el PP había activado, siendo el
Decreto de Mínimos, aprobado por el gobierno de Jaime Matas y que
establecía un mínimo del 50 % de horas lectivas para el catalán
pero no un tope de máximos, la ley estrella que por la puerta de
atrás fue consagrando de facto una inmersión lingüística
muy similar a la de Jordi Pujol en Cataluña.
Cabe
decir que el catalanismo en Baleares nunca ha pretendido seducir,
sino imponer. Y posiblemente por ese ardor antipático no ha sabido
sumar al uso de la ‘lengua propia’ un mayor número de hablantes.
De hecho, diversos estudios indican que esa práctica hoy se ha
estancado, cuando no reducido tras la llegada masiva de inmigración
internacional. En este esquema autoritario de pura ingeniera social
han jugado un rol esencial el Departamento de Filología Catalana de
la UIB (Universidad de las Islas Baleares), posiblemente el
departamento de esta materia más radicalizado y menos científico de
todo el territorio de habla catalana, y también la OCB (Obra
Cultural Balear), una organización privada volcada en la imposición
del monolingüismo catalán que ha recibido desde hace muchos años
millones de euros públicos no sólo de la administración balear
¡sino también de la mismísima Generalitat! Creada durante el
franquismo, fue evolucionando desde posiciones más abiertas y
culturales hasta convertirse en la beligerante infantería del
catalanismo de las Baleares.
Y
si el PP ha pecado en este asunto por omisión, el PSOE lo ha hecho
por acción pura y dura. Los socialistas pasaron de ser en los años
80 un partido claramente socialdemócrata y estatal, con líderes tan
solventes como Félix Pons, que fue Presidente del Congreso de los
Diputados, o el alcalde de Palma Ramón Aguiló, a transformarse en
la década de los 90 es un apéndice ideológico del PSM (Partido
Socialista de Mallorca, nacionalistas). Convertidos ya en la
federación PSIB (Partido Socialista de las Islas Baleares), han
seguido la estela del PSC en Cataluña: a medida que iban
catalanizando más su discurso, los votos se evaporaban de las urnas.
Y eso sin querer entender por qué boquete ideológico se escurría
progresivamente su apoyo electoral. Es cierto que ahora gobiernan,
pero lo hacen con la precariedad que conlleva necesitar apoyos muy
intransigentes (Podemos y el PSM, ahora llamado Més), a la par que
la fiabilidad política y doctrinal de su lideresa, Francina
Armengol, es muy dudosa, siendo más tolerante con el independentismo
que el mismo PSC.
El
horizonte que se plantea en la política balear es muy preocupante.
Tras el desastre del PP en las autonómicas de 2015, donde perdió
casi la mitad de escaños fruto de graves torpezas de Bauzá, y con
la tímida entrada de Ciudadanos en el Parlamento, es notoria la
radicalización del gobierno actual, formado por PSIB y Més, y
apoyado exteriormente por un Podemos que a nivel balear ya ha dado el
sorpasso a los socialistas en las dos últimas Generales. Los
nacionalistas de Més cuentan con un apoyo electoral inflado respecto
a sus cifras habituales, pues hace dos años convencieron a unos
20.000 nuevos votantes de haber dejado lo identitario en segundo
plano en favor de un discurso más social. Pero al menos ahora,
enardecidos miméticamente por la dinámica del prusés y, en
consecuencia, entregados a un discurso batasunizado de demonización
del Estado y de las decisiones judiciales que les han sido adversas,
ya no podrán engañar a nadie sobre sus verdaderas intenciones, que
no son otras que romper unilateralmente España e imponer una
sociedad monolingüe y homogénea bajo la forma de los Països
Catalans.
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