Aunque
en la fase final del proceso ya se intuía una posible victoria de
Pedro Sánchez, hay que reconocer la quimera que supone el regreso de este
hombre, tan resistente como transformista, a la dirección de un
partido póstumo llamado PSOE. Por tanto, su resurrección debe ser
considerada como una hazaña. Sin olvidar, claro está, que Sánchez
no es un recién llegado a la política, y por tanto las dos
catástrofes electorales que protagonizó difícilmente pueden
redimirse por haber vencido a Susana Díaz, momificado adalid del
“peronismo rociero”. En cualquier caso, veremos qué dicen las
próximas generales.
Sin
embargo, la euforia que algunos están experimentando, como si
liderar unas primarias fuera la finalidad misma de la política,
evidencia lo revuelto y precipitado que anda el ambiente político.
Los psocialistas han perdido tanto la costumbre de ganar elecciones
que entiendo perfectamente esta pasión sobrevenida que experimentan ahora
por las primarias: sin ellas, sus candidatos apenas sabrían lo que
significa ser primero en una votación. Fíjense por ejemplo en
Armengol, derrotada holgadamente en todas y cada una de las
elecciones a las que se ha presentado en su vida, incluido en 2015 el
peor resultado del PSIB en 32 años. ¿Qué habría sido de su
autoestima si no fuera por la victoria en primarias contra Aina
Calvo, eh? Además con todo esto volvemos a saber, por si alguien todavía
albergaba dudas, que de largo el PSOE es más plural que el aparato
de hierro del PSIB.
En
este ambiente adanista que nos caracteriza en que el bagaje aportado
por el pasado, incluso el más reciente, es convenientemente aparcado
no sea que arruine nuestras ensoñaciones, los enfoques opuestos de
militancia y electorado cobran una decisiva importancia. Lo hemos
visto en Reino Unido con Corbyn y en Francia con un Hamon que venía
de liquidar al oficialista Valls con mayor apoyo aún que la victoria
de Sánchez el domingo: lo que chifla al militante no entusiasma al
votante. ¿Es mucho pedir que se considere el ‘modelo Downs’,
según el cual tiene más fácil llevarse la victoria electoral aquel
partido que ocupe una mayor porción del centro político?
Pues
no, los militantes llevan al extremo una forma identitaria de vivir
la política, como si la cuestión no fuera intentar gobernar sino
reafirmar el ser propio, afianzar la dicha de la pertenencia. Ahí
se quedaron el zombi Corbyn y el desollado Hamon, que ha cosechado el peor
resultado del poderoso socialismo francés ¡en 50 años! Es cierto
que en España Podemos está en declive y no sustraerá mucho voto socialista como sí
consiguiera Mélenchon, pero no parece que dejar vacío todo el
territorio socialdemócrata (con C’s reconfigurado como liberal y
P’s en la punta izquierda) sea una decisión demasiado inteligente.
(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
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