(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Quién
nos iba a decir que Trump es tan sonrojante y tendencioso
que en el fondo parece un populista español. Nos escandalizamos con su
afirmación de que reconocerá el resultado de las elecciones
americanas sólo si él es el vencedor, cuando resulta que aquí hace
tiempo que los podemitas han impuesto esta sectaria lectura de la
voluntad popular. Por eso Iglesias prepara de nuevo la lucha
callejera.
Por
otra parte, tampoco se acatan las leyes. Y cabe recordar que no sólo
son corrupción los delitos económicos; que la administración no
cumpla la legalidad también lo es. Como nuestro ‘monolítico’
Cort, siempre en vanguardia de todo lo que huela a democracia,
dignidad y coherencia. Como no les hace gracia el dictamen del
Constitucional sobre la legalidad de la tauromaquia, no quieren
cumplirlo. Sobre todo Més y los de Podemos. Perfecto, barra libre.
Pero para todos, ¿no? Bien, pues que vayan olvidándose del IBI de
aquellos que tengamos presente salidas más seductoras para nuestro
dinero. Por no hablar del agua. O del IRPF autonómico.
Y
del desacato a la memez. Protagonizada estos días por Més per
Menorca, que desconoce o simula desconocer que el problema de nuestro
horario no consiste en que retrasemos el reloj el próximo fin de
semana, sino que no debería adelantarse en primavera. Olvidamos
demasiado a menudo, distraídos con minucias parvularias y obsesiones
ombliguistas, que estamos de lleno dentro de la jurisdicción horaria
de Greenwich, con lo que nos tocaría el huso inglés: anochecer a
eso de las 16:30 en pleno invierno. Pero resulta que nuestro ubicuo y
eterno Franco, recién resucitado como
Sleepy Hollow barcelonés y
siempre recordado pero sólo para lo que nos conviene, trabucó
nuestro horario en plena segunda Guerra Mundial para adaptarnos al
bélico latido centroeuropeo que marcaba un tal Hitler desde Berlín.
Desde estonces, como si fuéramos personajes de Olvídate de mí,
ya no recordamos cuál es nuestra hora natural y solar.
Y
ahora salen los huestes cachondas de Nel Martí, en su línea wishful
thinking de inventarse sentimentalmente la realidad como si
fueran adolescentes en pleno botellón, y consiguen que en el
Parlament mañana se vote una astracanada que retrata nuestra
confusión atávica: exigir al Gobierno de Rajoy que no cambiemos la
hora este domingo. Més defiende así profundizar en la anomalía
horaria que impuso el franquismo: separarnos una hora más (dos en
total) de nuestro tempo solar. O sea, ser más horariamente
franquista que nadie, ¡chapeau!
Al
final el hecho diferencial era eso, como vemos cada día en Cataluña:
desvincularnos a toda velocidad del más mínimo principio de
realidad y carbonizar frívolamente el sentido del ridículo.
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