(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
¿Existen
estudios sobre las secuelas irreversibles que produce en diputados,
paparazzi e incautos ciudadanos el serial macabro de nuestra
política? Estas sesiones de (no)investidura sólo son comparables a
delicadezas tan exquisitas como una colonoscopia o una batucada de 24
horas, y deben suponer un desgaste mental que ni el de las trincheras
durante la Gran Guerra. Como soy un poco “mariquita para el dolor”,
que decía Butanito, sólo puedo seguirlas con la vaselina del
diferido, seleccionando (¡y sobre todo acelerando!) intervenciones.
Y con la digestión ya consumada, por si acaso.
Pero
el espectáculo no cambia apenas: la nada nadeante heideggeriana en
todo su esplendor. O, mejor aún, el “preferiría no hacerlo” de
Bartleby como lema que podría cincelarse en mármol en la cúpula
del Congreso para que sus señorías leviten ante su visión como
Homer con la cerveza Duff. Si en los evangelios se habla de tener
oídos para no escuchar, nosotros tenemos políticos para hacer
cualquier cosa salvo política.
Decía
hace unos meses que el PSOE se encontraba justo en esa posición de
ajedrez llamada zugzwang, cuando cualquier movimiento te conduce a la
inexorable derrota. Tal vez por eso el sin par Snchz, ese genio que
ha cosechado en sólo seis meses los dos peores resultados del
partido en su historia, se ha plantado y, en la línea de Mariano
Pantocrátor, ha decidido no decidir. Esa percha bobainas y su
lealísima Ejecutiva (estas cosas sí funcionan a raudales en
política: la fidelidad sectaria del apparatchik) se enrocan,
secuestrando a un timorato Comité Federal y, de paso, al país
entero.
Ya
no somos el Reino de España, sino el Reino de Zugzwang. ¿No decía
Larra que la consigna nacional era, y sigue siendo, “vuelva usted
mañana”? Con ese chocante filón podríamos innovar, convertir
esta parálisis no sólo en materia identitaria sino incluso
constitucionalizarla. Una España desvertebrada, esclerótica y
paralizada.
Como
no hay país sino como disgregación narcisista, tampoco toca
gobierno. Ni tampoco hay política, sólo logorrea meningítica, que
diría Celine. España únicamente entendida como aquel extraño
balneario africano cuyo nombre no recuerdo al que van de turismo
ciudadanos europeos.
Visto
lo visto, y para limitar daños, mejor sería cerrar al público el
Congreso, como si fuera Chernobil o Fukushima, y enclaustrar allí a
los diputados y su legión de asesores, sin olvidar a la prensa
lameculista. Y que fuera un cónclave como el de Viterbo (1268), que
dio origen al término (cum clavis), encerrados bajo llave, a pan y
agua. Sin olvidar los gintonics de Rufián y Tardà, para que sigan
cultivando sus florilegios dadaístas sin afectar a inocentes.
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