(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Me
embelesa escucharles que ellos no han politizado nunca la lengua (!),
que ese pecado sólo es atribuible a los otros, esos chiflados que no
entienden los arcanos de la estelada. No ideologizan, dicen lo que
toca, manifiestan la única opción posible. Como el Departamento de
Filología Catalana de la UIB, su hermano siamés: nuestro criterio
es científico, por tanto... ¡es intocable, no puede discutirse! Por
favor, regresen a la escuela secundaria y repasen el temario de lo
que caracteriza al espíritu científico, porque tal vez lo confundan
con la Santa Inquisición.
Con
su nueva estratagema, Més quiere darle un amplio espacio educativo
al inglés como “llengua estrangera”, en un bilingüismo estilo
Nadal Batle. El castellano definitivamente ha sido fumigado, hemos
alcanzado la bendita solución final. Ni como lengua extranjera puede
conformarse, la desgraciada. Claro, como nos la impusieron desde
fuera... no como el catalán, que fue consensuado entre Jaume I y Abú
Yahya tras la pacífica y democrática “intervención” de la
Corona de Aragón.
Esta
doble vara de medir, con sus innumerables ejemplos, la traté con
Joan Font Rosselló en el libro Sa norma sagrada, editado por
la Jaume III, fundación que ha estado de actualidad últimamente.
Con su defensa de las modalidades, también representan una molestia
que debería superarse. Modalidades y castellano: el eje del mal. Sin
duda, les falta prestigio para elevarse a las egregias alturas
olímpicas de la OCB. Comparemos lo que aparecen en IB3 ambas
instituciones. También cuánta pasta pública trinca la OCB:
millones de euros. En cambio, a la Jaume III se le niegan hasta
subvenciones ridículas.
La
fundación ha hecho público un video de denuncia muy interesante.
Algo de eso aparece en Sa norma, con Aina Moll, hace más de
30 años y ya a sueldo del Molt Honorable Yoda, perfeccionando la
fatwa contra las modalidades en un ámbito tan cercano y
municipal como son las señales urbanas o los carteles de la
administración. El trabajo quirúrgico de la Moll, seguido por el
del mulá Gabriel Bibiloni, ha dejado huella: apenas queda rastro del
léxico balear en este tipo de soportes.
El
criterio es invariable: barcelonés o sumidero. Por eso leemos
escombraries y no fems, gossos y no cans (¡en un cartel del
ayuntamiento de Llucmajor!). No se trata de escoger castellanismos o
coloquialismos, porque no lo son. Es una cuestión de respeto a la
pluralidad normativa del idioma, de todos ellos. ¿Imaginan que en
Argentina tuvieran señales y cartelería, además de sus medios de
comunicación, con todo escrito en el castellano de España?
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