Sin
darnos cuenta, tradiciones ancestrales están mutando a velocidad de
vértigo dejándonos a la intemperie con una tristeza infinita.
Entretenidos o ya carbonizados irreversiblemente con el insufrible
vodevil de la(s) investidura(s), no percibimos que la sagrada
costumbre del balconning ha sido desterrada por nuestros queridos
guiris. Seguramente ha muerto de éxito esta práctica, tan veraniega
como el posado real en Marivent. Cuántas noticias se consagraron a
este arraigado ritual, cuántos informativos se regocijaban con las
caídas al vacío de turistas ebrios en nuestros hoteles. Cuántas
columnas advirtiendo de la llegada del Apocalipsis ante este
autogenocidio guiril, la pérdida de la dignidad, blablabla. Todo eso
se ha disuelto como lágrimas en la lluvia, que diría el replicante.
O,
más bien, lágrimas en el mar. Porque este año ya no está de moda
romper la barrera del sonido cayendo de un quinto, como un
Baumgartner sin paracaídas pero con un gintonic en la mano, pues
pega con fuerza la inmersión extática en el mar: refocilarse con la
Pachamama y quedarse absorto en su salino líquido amniótico hasta
el fin de los tiempos. Desconozco si la buena nueva se ha extendido
por hoteles y apartamentos, pero la multiplicación de casos está
alcanzado cotas bíblicas, el ejemplo cunde para pasmo de incrédulos
y distraídos. Hay días de esos que convocan la práctica epidémica
de la inmersión encadenando varios ahogamientos. Incluso puede que
entre la escritura y la publicación de este texto ya haya más
víctimas.
Según
datos oficiales, en lo que llevamos de 2016 han sido nada menos que
20 los ahogados en Baleares, y casi el 90 % son extranjeros. En
Galicia directamente lo petan con 46, seguida de cerca por Andalucía
con 42. Pero fíjense en el detalle, meritorio para nuestros
intereses, de que esas comunidades cuentan con un mar tan embravecido
como el océano Atlántico, mientras que nosotros tenemos que
conformarnos con el manso y domesticado Mediterráneo, dato que
otorga mayor relevancia a la calidad intrínseca de nuestras
inmersiones letales.
Es
tal la furia anti-turística que se ha despertado entre nuestra
virtuosa autoctonía, que en mi propensión a la paranoia he llegado
a sopesar si no estarán los más lanzados de este entusiasta sector
aniquilando uno a uno a nuestros visitantes, desprevenidos y
relajados en aguas mediterráneas. ¿Qué papel jugarían en dicho
plan esos emisarios fecales que la Emaya de Truyol no es capaz de
arreglar, ocupada como está nuestra estelar concejala en delatar
falsamente a borbones de tercera división para después decir que
ella no ha sido?
(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
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