(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Vuelve
la anhelada paz cultural. Els Escriptors regresan a los
premios Ciutat de Palma, fruto de una poética transacción:
dejamos de haceros el boicot si aceptáis nuestro boicot a las obras
escritas en la tóxica lengua castellana. Tenía razón Einstein: el
boicot ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. La cuestión
es instalarse en la forma de apartheid más oportuna, porque una
posición equilibrada (la bilingüe, en este caso) es una trampa
posmoderna para confundirnos. Elegir está por encima de nuestras
posibilidades, mejor solicitar amparo a nuestro cuatribarrado
ejército de futuros Nobel. Sin duda debe primar la calidad antes que
la cantidad, por eso esta edición unilingüe y deluxe de los
premios de poesía y novela ha reducido los manuscritos presentados
de los 194 de 2015 a sólo 27.
No
sé por qué siempre nos comparamos con Sicilia, aunque sea en
descafeinada versión “sin tiros”, porque viendo el panorama
balear y el de Cataluña tal vez sea hora de invertir la analogía:
¿No serán ellos los que se parecen a nosotros? Recordemos que
Sicilia fue dominada mucho tiempo por la Corona de Aragón. Quién
sabe si los antepasados de los entrañables Provenzano y Riina
aprendieron sus hábitos de algún conquistador con barretina.
Pero
no se crean que los boicots son algo exclusivo de nuestro corral,
porque a nivel nacional también se van instalando como modus
operandi de la enémisa reedición del cervantino patio de
Monipodio que es nuestra política. Me refiero a las exigencias
respecto a referendos unilaterales que dejen sin votar a la mayoría
de la población. Recordemos que no se trata de un asunto de índole
puramente municipal, como sería la construcción de un polideportivo
o la ubicación de una depuradora, sino de un tema que afecta a la
soberanía nacional.
¿Cómo
casa con la masajeada defensa de la igualdad permitir que un
colectivo privilegiado decida por su cuenta si se queda o se va?
Imaginemos a los millonarios de Son Vida (un ejemplo que de vez en
cuando saco a estirar un poco las patas) exigiendo un referendum
sobre la conveniencia de seguir o no en el municipio de Palma, sin
que las clases bajas de La Soledad y Son Gotleu podamos decir ni pío.
Para
solventar estos disensos, algunos han dado con la piedra filosofal:
un Ministerio de la Plurinacionalidad. Si la melopea sigue in
crescendo, me pido un heideggeriano Ministerio de la Pregunta por
el Ser. Para así prestigiar nuestra costumbre favorita: que la nada
pueda nadear a pierna suelta.
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