lunes, 18 de enero de 2016

ACADEMIA DE MUSAS




 (artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Esto de montar, aunque sea de forma no institucionalizada, una academia de musas es más o menos lo mismo que sucede con el amor y el matrimonio: la pasión se pierde en la estructura y formalización, fracasa aquello que trata de proyectarse como algo consolidado. Pero, por otra parte, tampoco puede evitarse que se produzca esa frustración, pues idealidad y experiencia nunca van juntos, y es en el fracaso donde acaece la experiencia. Luego está la dualidad de que sin matrimonio no hay adulterio, modelo de la pasión musística.
La idea de esta academia que cambie el mundo, en la estupenda película de José Luis Guerín (La academia de las musas), parece de inicio proceder de Raffaele Pinto, un profesor italiano en Barcelona experto en Dante. Por supuesto, al final se revela que el proyecto es obra de su musa más cercana, napolitana como él, y que interviene durante los seminarios en su lengua vernácula. Decían en un capítulo de Futurama que la civilización entera es un intento masculino por agradar a las mujeres y... Lo dejo aquí.
¿Por qué las musas? Pinto sostiene que, sin la referencia de alguna musa, la poesía deriva en verborrea solipsista, un frenesí incoherente que no tiene donde agarrarse. La musa, cualquiera de ellas, permite fijar la oratoria emotiva, pero siempre con el peligro de quedar despersonalizada, pues ya decía el muso de nuestros políticos (Kant) que en las cosas lo que vemos es más bien aquello que nosotros mismos ponemos en ellas. La gran lucha del hombre, en todos los ámbitos, es controlar a la fiera prejuiciadora que ambiciona desesperadamente encajonar la realidad bajo unas pocas premisas consoladoras.
El lenguaje poético no se parece en nada al filosófico. Al menos al filosófico pre-heideggeriano basado en la conceptual enunciación doctrinal. Lo poético no afirma sino que evoca, va liberando voces sin juzgarlas o festejarlas. Tal vez por eso intuyo que todo lo que se afirma es mentira. Porque manifestar explícitamente algo, una palabra o un sentimiento, implica arrancarlo del alma, escupirlo, fosilizarlo. Si fueran perdurables, permanecerían en la gruta íntima.
Afirmamos porque proyectamos, ambicionamos algo. Para siempre acabar como Apolo: persiguiendo frenéticos a la ninfa Dafne (historia narrada en la película de Guerín como clave simbólica del film), que huye con más intensidad cuanto más la deseamos. El deseo siempre se nos escapa, sólo se vive como distancia o pérdida. Porque conseguir poseer lo deseado, como decía G.B. Shaw, es la forma más trágica e intensa que existe de perderlo.

No hay comentarios:

Related Posts with Thumbnails