(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
No puedo decir que esté
consternado ante las miserables declaraciones del Papa Bergoglio la
semana pasada, porque al ser agnóstico no le debo ninguna
obediencia, ni tampoco me seduce particularmente su figura. Pero sus
palabras son repugnantes porque, siendo el principal responsable
viviente de un credo que dice defender “poner la otra mejilla”,
alimentan un humus tóxico destinado a legitimar la violencia contra
los críticos. Bergoglio y otros, con este tipo de declaraciones, dan
fuerza al espectro religioso-cultural que demoniza las burlas a las
creencias hasta el punto de tener que pagar con la propia vida. El
'caldo de cultivo' (expresión muy querida por la extrema izquierda,
otra forma de creencia con complejo de superioridad) del yihadismo
son los sermones que niegan la libertad de expresión, nada más.
Para garantizar en España la
plena libertad de expresión, evitando que el poder de las religiones
coaccione a los no-creyentes, no queda otra que eliminar del código
penal el infausto artículo 525 que prescribe penas de cárcel para
aquel que 'ofenda' las creencias religiosas. Es interesante este
artefacto al servicio de la teocracia, porque blinda a las religiones
por encima de cualquier otro discurso, y además pone en manos de los
más dogmáticos una herramienta legal con la que poder coaccionar a
sus enemigos. Es un ejemplo de totalitarismo que una creencia pueda
imponer a los que no la profesamos uno de sus dogmas (por ejemplo, no
dibujar a Mahoma), y ya es algo estupefaciente que un Estado
democrático se preste a hacerle el juego a esa feroz invasión en la
vida de los simples mortales por parte de aquellos que creen estar en
posesión de la verdad absoluta.
La cuestión no puede
reducirse a los límites partidistas de oponer Jesús a Mahoma,
aunque le figura del crucificado sea más interesante que la del
caudillo militar árabe, porque no estamos ante un “absurdo
derbi entre monoteístas”
(Rubén Amón). La dicotomía legítima y urgente es democracia vs
teocracia. Y lo digo porque produce cinismo ver a aquellos que
denunciaron a Javier Krahe presumir ahora de 'Yo soy Charlie' sin el
más mínimo rubor. Como si hubiéramos llegado al moderno Estado
democrático gracias precisamente a aquello que siempre puso
obstáculos a su realización.
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