lunes, 17 de noviembre de 2014

BYE BYE, NOVEMBER


  (artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Si damos por bueno el fatigado cliché de que ya nada es como antes, cabe añadir que incluso el maravilloso mes de noviembre ha sucumbido a la vorágine caótica y decadente. Comentaba en estas páginas, hace justo un año, que un servidor vive la llegada de noviembre como una conquista de la civilización en la que el multitudinario tráfago veraniego, asociado al descontrol adrenalítico de la luz y el ruido, se viene abajo en un sosegado y epifánico acto de claudicación. Noviembre es el mes de los melancólicos y de aquellos que no necesitan excesivos estímulos externos para sentirse vivos y hacer cosas. Por eso noviembre siempre ha sido aquel remanso de paz, enclavado entre el verano (infinito e insoportable este año) y la frenética Navidad, que alivia y abre espacios a la reflexividad y, sobre todo, al respeto al otro. Siempre lo digo: si este mes durara, en vez de 30, unos 50 o 60 días, nuestra especie daría un salto cualitativo histórico.
Sin embargo, ahora los noviembres ya no son lo que eran. Se han vuelto locos. Nos los han vestido de lagarterana para representar un papel que no era el suyo. Si incluso se escenifican operas bufas como esa obra colectiva conocida como 9N, exhibición de lo tribal en la época más señorial del año. De periodos de calma y beatitud han pasado a convertirse, incluso en mi vida personal, en momentos de convulsión. Ya lo que no me suceda en noviembre (en estos noviembres de nuevo cuño), no me sucederá en ninguna otra época, por pura imposibilidad estadística y de verosimilitud.
A nivel de meteorología, por ejemplo, los casos esquizoides de cambios bruscos se producían al inicio del otoño, principalmente en octubre. Pero ahora ya alcanzan a mi querido noviembre, mes en el que podemos sufrir temperaturas más propias del verano para, al día siguiente (¡o en la misma jornada!), sumirnos en la furia invernal con caídas de más de 10 grados de temperatura y lluvias monzónicas. La última inundó mi casa esta semana, y creo que de la tarea hercúlea de achicar más agua que de la cuenca del Nilo tardaré en recuperarme lo que queda de mes, como mínimo.

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