(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Mucho antes de escribir La paz, Ernst Jünger
fue un gran belicista. Estuvo en la Legión Extranjera y fue una de
las primeras personas en alistarse para la Gran Guerra. Tras la
salvaje experiencia de las trincheras, continuó siendo un defensor
del combate como “incomparable escuela del valor”. Sin
embargo, después de los campos de exterminio y la destrucción
increíble de la Segunda Guerra Mundial, su perspectiva sobre el tema
cambió. Jünger consideraba hasta ese instante que la
experiencia bélica permitía forjar el espíritu del hombre y poner
a cada cual en su lugar; como decía Heráclito, “la
guerra es el padre de todas las cosas; a unos los muestra como dioses
y a los otros como hombres”.
Hoy no tenemos guerra, pero sí crisis. La Crisis. Un
fuego de menor intensidad pero de largo aliento que nos pone a prueba
todos los días. En épocas prósperas cunde el enmascaramiento, el
sentido de la representación y el engaño. Uno puede hacer comedia
porque las piruetas suelen acabar sobre la red salvadora; hay
reservas que soportan la apuesta. Pero hoy la exigencia es máxima y
la aventura mucho más frágil. Desde la barrera predominan las
variaciones de colores y la multiplicidad de tonos, pero en el
remolino de nuestros días las fuerzas despertadas nos descoyuntan,
enfrentándonos con nuestra propia imagen. Como en la guerra de
Jünger y Heráclito, se templa nuestra verdadera
naturaleza, y la esencia sólo aflora cuando uno se pone a prueba. En
el Talmud se dice que el hombre, como las aceitunas, únicamente da
lo mejor de sí cuando se lo tritura. Esta máxima entusiasmaba a
Kafka.
En las crisis las caretas caen, todos nos mostramos como
somos. Y las sorpresas son dignas de mención. Porque si unos sólo
radicalizan lo que ya apuntaban antes, otros dan un giro
sorprendente, pasando de una bonhomía relajada a una furia dogmática
que ya sólo distingue blancos y negros. En este segundo caso, se
acaba arremetiendo contra todo lo que no sigue la estela de su
obsesión, arruinando incluso relaciones y vínculos arraigados. Pero
radicalizarse es la norma en estas épocas donde el sentido del
antagonismo se exaspera; a mayor incertidumbre, más necesidad de
certezas. Es decir, más agresividad. Lo extraño es lo contrario:
esos tipos que vivían en una orgía desquiciada de tensiones que, en
los momentos revueltos, adquieren una serenidad increíble. Como le
sucedió al escritor Philip K. Dick, paranoico absoluto que,
justo cuando su país iba entregándose a la neurosis producida por
el caso Watergate, se transformó en un ser ecuánime y templado. Eso
sí, sólo mientras duró la paranoia nacional.
“The game, Mrs Hudson, is on!”.
4 comentarios:
Yo estoy en aquello de que las crisis sirven para mejorar.
Todo depende del punto de vista y de qué tipo de crisis.
En las personales, la máxima se suele cumplir, la crisis provoca cambios que nos hacen seguir caminando.
En lo que se refiere a la crisis europea y en especial a la Española, todo depende de quienes tienen que sacarnos de ella. Aunque pocos o ninguno nos parezcan válidos, la cuestión es que hay cosas que cambian para bien o para mal.
Cierto es, con la crisis las caretas caen y empieza la dicotomía, si no no sería una crisis.
Me gusta la frase "...un fuego de menor intensidad pero de largo aliento..." muy descriptiva, sí.
Salud!
Gracias por su intervención, Pens.
Pues sí, debe ser cierto todo eso, hace poco leí un artículo donde se relaciona la psicopatía con la crisis, y da la casualidad de que en un corto plazo de tiempo dos de mis amistades han sufrido a jefes que responden claramente a ese perfil. El poder para contratar o echar gente se revaloriza con la crisis y está claro que exacerba los peores instintos de algunos/as.
Totalmente de acuerdo: las crisis desarrollan los peores instintos de algunos, de muchos. Y esos suelen llegar arriba, aprovechando la confusión.
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