El
término 'nihilismo' procede del latín nihil, que significa
nada, carencia o ausencia de algo. En consecuencia, por nihilismo se
suele entender una cierta creencia en la nada, una negación de todo
principio o autoridad, ya sea moral o religiosa. De esta manera,
nihilista sería todo aquel que no sólo evita profesar sino que
también niega toda creencia o doctrina.
El
primer filósofo que utilizó esta palabra con un fuerte contenido
conceptual fue F. H. Jacobi (1743-1819), que consideraba al nihilismo
como algo propio de la filosofía (sobre todo del idealismo alemán),
aquello que sería su esencia más característica. Según Jacobi el
puro ejercicio de la razón no es más que un intento de divinizar al
sujeto que la despliega, el hombre, distinguiéndose así de la
verdadera divinidad. Pero este ejercicio condenaría al ser humano a
la nada.
Sin
embargo, fue Martin Heidegger (1889-1976) quien mejor profundizó en
la esencia del nihilismo, en su texto La determinación del
nihilismo según la historia del ser, donde distingue entre dos
clases de nihilismo: el impropio, que es el comúnmente aceptado, al
que se le adjudican connotaciones destructivas o degradantes, y cuya
esencia es cosa del hombre. Según esta interpretación el nihilismo
pertenecería al dominio de lo negativo, que implica entre otras
cosas un no preguntar por la esencia del propio nihilismo; por otra
parte, estaría el nihilismo propio, que es el que Heidegger, con la
ayuda de Nietzsche, interroga directamente, y que consiste en la
suplantación del ser por parte de lo ente, de lo ontológico por lo
óntico. Visto desde fuera parecería que, a diferencia del nihilismo
impropio, cuya esencia es el hombre, en este caso lo esencial del
mismo es el propio ser, y con él la esencia del hombre, no el hombre
en su sentido puramente histórico. El nihilismo impropio sería así
un fenómeno exterior, una determinación histórica, aunque
realmente, visto desde el ser mismo, “lo impropio del nihilismo
no cae fuera de su esencia” pues conduce a lo propio hacia su
acabamiento, integrándose de esta forma las aparentes diferencias de
ambos nihilismos bajo una esencial raíz común.
Lo
propio del nihilismo, manteniéndose en el principio de la posición
de valores, radica en la pretensión de totalidad absoluta que puede
adquirir un determinado ente-valor, que trataría de alcanzar la
decisiva pero inconquistable dimensión ontológica. Por eso, por no
mantener abierta la pregunta por el ser, el nihilismo propio no es
capaz de superar el nihilismo; por tanto, sería la metafísica
misma, que siempre ha pensado el ser desde y en dirección al ente,
eludiendo la experiencia de la esencia del nihilismo y ocultando el
mismo ocultamiento del ser: “la esencia del nihilismo propio es
el ser mismo en el permanecer fuera de su desocultamiento”.
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