sábado, 21 de agosto de 2010

LA VERDAD SANGRANTE

Taxi driver (1976)

"Si uno no mata, nadie le toma en serio. Es la única prueba de seriedad, lo único que cuenta".

Aunque sorprenda y provoque un comprensible rechazo moral, no resulta extraño que en muchas ocasiones sean los canallas aquellos que conocen la verdad y la formulen claramente. Canallas como el gangster de la película Dogville (James Caan), que entiende mejor que nadie los presupuestos que determinan las acciones (principalmente las 'buenistas') de los hombres, aunque su particular modo de conducta no se caracterice por pretender escapar a esa certeza. O canallas como el revolucionario Nechaev retratado por J.M. Coetzee en su fabuloso El maestro de Petersburgo (1994), sobre cuyo diagnóstico del prestigio sacrificial que sigue atesorando nuestro moderno modus operandi dejo constancia en la cita de arriba.

Sobre cualquier cuestión, uno puede esforzarse en hilar los argumentos más sutiles y razonables, las reflexiones más profundas, pero difícilmente será escuchado. La inteligencia no es un reclamo atrayente, pues su verdad no cautiva unanimidades. Para poder recibir una atención seria, si alguien pretende atraerse una respetabilidad mayoritaria, hay que sustituir el argumento por un puñetazo sobre la mesa, en sus formas literal y metafórica. Todas las causas exitosas, de antaño y de ahora, han entendido perfectamente este mecanismo: la violencia atrae los focos y dispara los discursos compresivos. Las razones vienen después, no antes del estallido.

Travis Bickle no estaría en desacuerdo con todo esto y su peripecia por las sucias calles de Nueva York son una lúcida muestra de que el sacrificialismo no pierde fuerza en nuestro mundo, a pesar de los diques que se han erigido para intentar controlarlo. Desplazado del mundo, abandonado por todos tras su regreso de Vietnam, sólo la orgía de violencia desatada que lleva a cabo Travis le permite ser aceptado por la sociedad, un miembro más de la comunidad. Prestigiado por la violencia que ha desplegado mortíferamente, aquella que en principio parecía destinado a separarle radicalmente del mundo, de manera paradójica lo convierte en uno más, en una molécula más del entramado cotidiano. La fuerza demoníaca permanece siempre al servicio de la nivelación y la creación de unanimidades.

9 comentarios:

J. José H. dijo...

¡Hola Horrach!
Espero que no hallas tenido que matar a nadie, para ser respetado en tu entorno. Si lo que quieres decir es que las relaciones entre lo vivo han sido siempre, y lo serán, relaciones de poder, pues estoy completamente de acuerdo; pero de ahí a justificar la violencia o convertirla en filosofía cotidiana, hay un largo trecho.

Hay entornos, donde la violencia es la que determina el puesto o lugar que ocuparás en dicho ámbito; pero, por suerte, no es así en todas partes, y es posible hacerse valer por la fuerza de los argumentos, o incluso por la fuerza del aprecio (si hablamos de un contexto amistoso).

Es cierto que la violencia nos acompañará siempre, porque forma parte de la naturaleza de lo vivo, y por lo tanto de sus intereses; pero como grupo humano, nuestros intereses pasan por reducir el grado de violencia entre humanos, si es que aspiramos a tener un futuro a largo plazo. No es comparable una sociedad de hace 20 000 años, con otra del siglo XXII o XXIII, si es que llegamos; porque su complejidad es totalmente incomparable, y por lo tanto sus estrategias y soluciones habrán de ser diferentes.

J. José H. dijo...

He confundido el verbo haber con el de hallarse. Un lapsus.

Johannes A. von Horrach dijo...

Si con esta entrada he dado la impresión, José H, de 'justificar la violencia', es que me he expresado de forma equivocada. Lo que trato de decir es justo lo contrario: que la violencia más destructiva, a pesar del discurso buenista de nuestros días, sigue teniendo sus efectos legitimadores. Como la inteligencia siempre será un bien escaso, la autonomía más preciada sigue siendo la que viene encarnada por la fuerza. En un mundo tan complejo como el nuestro, cada vez tienen más salida las peticiones de solucionar las cosas 'con mano férrea', sea esa mano la izquierda o la derecha. Con la inteligencia y el análisis riguroso sólo se consigue la soledad social. La comunicación y la cercanía con los demás la siguen procurando las estrategias más vinculadas al antagonismo expiatorio.

saludos

Johannes A. von Horrach dijo...

Una cosa más: la violencia es certeza y certidumbre, y lo es en su grado máximo, en su pleno apogeo. Un acto de violencia sacrificial arroja fuera de sí las dudas y vacilaciones, disuelve la incertidumbre y la ambivalencia. Vivir en la aceptación de la incertidumbre implica asumir que las tensiones deben soportarse sin recurrir a un acto drástico de fuerza. Pero el 99'9 % de los hombres lo único que busca, el Grial que dirige inconscientemente su vida, es huir de la incertidumbre asumiendo valores y creencias blindadas. La afirmación en la fuerza violenta. Ése era el credo de Nechaev y de los miles de revolucionarios que le siguieron y que tanto horrorizaron a Dostievski. Esa aspiración es la que reunió alrededor de Hitler a millones de alemanes. Y ese pathos sigue sin abandonarnos, esperando su momento.

J. José H. dijo...

Estoy completamente de acuerdo en que la violencia no deja lugar a dudas, pues es totalmente evidente en sus formas. Y siempre habrá un acto de violencia en el ejercicio del poder, y no es posible ser vivo sin ejercer dicho poder. Está en la gestión eficiente del potencial de nuestro intelecto, el saber organizarnos y utilizar todos nuestros recursos emocionales en beneficio de la sociedad, retornando en el bien individual.

Estamos en tránsito siempre; pero como en todos los ciclos, hay etapas de estabilidad y tiempos de inestabilidad. No sabría precisar, pero desde hace tiempo vivimos tiempos de incertidumbre y cambios vertiginosos a los que resulta difícil adaptarse y encontrar un sitio en este mundo, donde uno pueda sentirse integrado. También es cierto que la tentación de regresar a formas más básicas es fuerte, pues uno se siente más seguro en lo arcaico, ya que está más integrado en nuestra naturaleza; pero también supone renunciar al crecimiento, a la madurez, nuestra natural progresión. En todas nuestras etapas, como individuos sociales que somos, pasamos por sus pertinentes crisis y los miedos que ello acarrea; pero así es como aprendemos a adaptarnos y aceptarnos en nuestras limitaciones y nuevas posibilidades, hasta llegar a la última aceptación, que es el desenlace final. A la sociedad le pasa algo parecido; vivimos, podríamos decir, en una especie de síndrome de Peter Pan (aunque tal síndrome no existe, sí se da una cierta reticencia a aceptar los cambios hormonales propios de la adolescencia) y nos refugiamos en comportamientos elementales, que son los que conocemos bien, y añoramos sociedades más básicas y sencillas.

La incertidumbre es un estado de tensión mantenida, que si sabemos gestionarlo resulta muy creativo y vigorizante, pues te mantiene en alerta, activo y te permite ir readaptando la propia concepción de las cosas, que se tiene, según va siendo necesario. Cuando uno ya no puede albergar dudas de nada, se puede morir, porque nada más va a aprender, ni nada nuevo le espera por vivir.

Johannes A. von Horrach dijo...

Me interesa mucho tu segundo parágrafo: la incertidumbre propia de nuestra modernidad. A mí esa incertidumbre me parece muy interesante, porque es la que permite la característica movilidad de nuestras sociedades, nuestra facilidad para integrar y abarcar múltiples registros y culturas. Aunque es cierto que existe, cómo no, el riesgo de que en respuesta a esa incertidumbre (vivida de forma angustiosa y negativa), exista la tentación de cortar y regresar a modelos sociales o culturales 'arcaicos' caracterizados por la clausura, que permite mayores dosis de certidumbre (y en consecuencia mayor estabilidad emocional-psicológica). Pero ese peligro siempre va a estar ahí, y hay que saber manejarse con ello.

saludos

Lectora dijo...

Es un tema muy interesante.
Desde luego el que se carga a alguien logra llamar la atención, no deja de ser una especie de rabieta versión adulta.
En el fondo es un comportamiento muy infantil de autoafirmación y desesperantemente dependiente de la aprobación ajena.
En mi opinión es un acto bastante patético.

Algo que me resulta intrigante es porqué si alguien ha llegado al punto de cargarse a alguien, porqué no elige canalizar su violencia de forma razonable.
¿Existen los asesinos en serie de asesinos y genocidas por ejemplo?

Yo diría que no, cabría decir que la destrucción como fin es por naturaleza caótica, incompatible con la organización y la racionalidad?

Lectora dijo...

Es un tema muy interesante.
Desde luego el que se carga a alguien logra llamar la atención, no deja de ser una especie de rabieta versión adulta.
En el fondo es un comportamiento muy infantil de autoafirmación y desesperantemente dependiente de la aprobación ajena.
En mi opinión es un acto bastante patético.

Algo que me resulta intrigante es porqué si alguien ha llegado al punto de cargarse a alguien, porqué no elige canalizar su violencia de forma razonable.
¿Existen los asesinos en serie de asesinos y genocidas por ejemplo?

Yo diría que no, cabría decir que la destrucción como fin es por naturaleza caótica, incompatible con la organización y la racionalidad?

Johannes A. von Horrach dijo...

Precisamente lo que pretendía Nechaev (tanto el real como el presentado por Coetzee) era un proyecto de extensión del desorden, elevar el crimen a programa político, promocionar, el suma, el sacrificialismo en todos los órdenes de la vida.

Pero lo que yo pretendía explicar en la entrada es el peso que tiene la violencia en la configuración de identidades prestigiosas. Hoy sigue siendo así aunque, claro está, no sea necesario llegar hasta según qué extremos: se puede recurrir a una violencia administrada o incluso sólo sugerida, pero ese prestigio de lo violento todavía da sus buenos resultados. Quien no me crea que vea ese video de la Sexta en el que el Follonero, ejemplo de capullín con micrófono, era seducido por Otegi; cómo toda la violencia etarra que hay detrás de Otegi pone firme al Follonero, claudicando a sus maneras habituales para casi reverenciar al abogado de los asesinos.

Otro ejemplo: la Alianza de Civilizaciones de ZP, o de cómo se trata de premiar a una religión por las dimensiones de la violencia terrorista asociadas actualmente a su credo. Porque, si lo que se trata es de vincular nuestra cultura con otras, ¿por qué no referirse a otra cultura, como el hinduísmo, por ejemplo?

saludos

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