En el blog de Gregorio Luri me he reencontrado estos días con la imagen de una escena cinematográfica que nunca he olvidado desde que la contemplé por primera vez, allá por 1997 o 1998. La película es Un hombre de suerte (1973), dirigida por uno de los artífices del free cinema, Lindsay Anderson, y retrata las peripecias bastante delirantes y estrambóticas del personaje interpretado por Malcolm McDowell. En un momento ya cercano al final, si mal no recuerdo, McDowell merodea nocturnamente por un barrio obrero, paseando entre vagabundos adormilados alrededor de una hoguera. Y de repente aparece la frasecita, tal vez que escrita con spray en un muro de metal. Nunca llegué a saber las intenciones de Anderson sobre el sentido del lema (Anderson era un hombre 'de izquierdas', y tal vez en esa escena tratara de enfrentar una realidad deprimente a los discursos teóricos que, a pesar de su voluntad de rebelión y emancipación social, no han podido acabar con determinadas situaciones), pero yo le di inmediatamente el mío, que era cínico y sarcástico, subsuelítico. Como gusta de señalar Gabriel Albiac, el sentido de la palabra revolución deriva de su origen astronómico, y lleva en sí el cierre sobre él mismo, la vuelta al inicio, el camino baldío, circular, eterno, inmutable.
7 comentarios:
Yo, cada vez más desencantado de la política, me refugio en un radical escepticismo. Superada mi adolescencia en que llegué a militar en un pequeño partido de extrema izquierda, superada mi juventud, en que me consideraba claramente de izquierdas, ahora, ya en la mediana edad, mi racionalismo extremo tiende a ponerlo en duda todo (dudar es razonar, mantengo) y, por lo tanto, me es imposible adscribirme a ninguna ideología política. Lo observo todo, desde la barrera, con una enorme distancia.
Y sólo una catástrofe, algo que ahora no puedo imaginar, me movería a volver a pasarme por las urnas en unas elecciones. Creo que el 14 de marzo de 2008 será la fecha de la última vez en que lo hice, salvo que vuelvan a repetirse circunstancias parecidas
"Subsuelítico": perfecto el adjetivo. Dovstoievski escribe en sus "Memorias del subsuelo" que puede elegirse ser el esclavo de alguien si soportásemos peor su indiferencia que la esclavitud. Llevamos varios siglos viendo a los intelectuales en busca de una idea frente a la cual consideren digno doblar la rodilla. Y así les va.
Koolau, pues yo me encuentro en una línea parecida a la tuya en lo que a excepticismo se refiere... pero en mi caso ese excepticismo no me ha alejado de la política sino que, por contra, me ha acercado a ella. Creo que UPyD es un partido ideal para desencantados y escépticos.
Gregorio, un placer verlo por estos andurriales subsuelíticos. Dostoievski era un genio, conocía el alma humana como pocos lo han hecho. Lo más sonrojante del 'ideal revolucionario' ha sido, históricamente, que bajo pretexto de luchar por y para la emancipación y la liberación, haya conseguido precisamente lo contrario: encadenar y liquidar, cerrar espacios, asfixiar almas y envenenar conciencias.
saludos
Cierto, la de gentes "intelectuales" que nos hemos perdido por estar más preocupados de sus revoluciones. Aunque claro, si se dejaron llevar por el impulso revolucionario, no serían tan intelectuales...
Hola:
Si se me permite intervenir, a mí la frase me recuerda a los versos de Battiato en "Up patriots to arms":
"Las barricadas se alzan por cuenta siempre de la burguesía, que crea falsos mitos de progreso".
Además, la canción también viene a cuento a cuenta de lo astronómico de la palabra "revolución", porque como dice el primer verso "la fantasía viene de la gente de aquí, y no de las estrellas".
Saludos.
Cierto, Pez Martillo, demasiado tiempo llevamos valorando a los intelectuales básicamente a partir de las 'causas revolucionarias' que han defendido.
Bon jour, Especies, bienvenido al subsuelo. Más bien creo que las barricadas, todas ellas, las levantan no la burguesía ni el proletariado, sino cosas que se han llamado históricamente 'voluntad de poder', 'deseo mimético', etc.
saludos
La frase hace referencia a El opio de los intelectuales, de Raymond Aron. O eso me pareció a mí cuando la vi.
Un saludo.
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