(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
El
inicio del universo, llamado Big Bang primero en broma pero asumido
finalmente por todos, fue un estallido monstruoso. Y, sin embargo,
bastante silencioso, porque el sonido no existe en el cosmos. Nada
que ver con nuestro estruendoso Bing Bang de todos los años, la
llegada de la medianoche del uno de enero que es un continuo
chisporroteo de estallidos y explosiones. En Dubai directamente han
dado el do de pecho, mimando la parafernalia pirotécnica en sus
enormes y tórridos hoteles que convierten el skyline de la
ciudad en un remedo en llamas del Himalaya.
El
reseteo de año nuevo es nuestro ritual más ecuménico, celebrado en
todo el mundo en una auténtica competición para ver quién es el
más vociferante y desmelenado, sinónimos extrañamente
generalizados de felicidad. Los ciclos humanos requieren de esas
recreaciones del origen primigenio, del inicio de todo, en la medida
en que esa ceremonia nos confiere una descarga de energía necesaria
para seguir adelante y afrontar el día a día.
Pero
se concentra el festival en tan pocas horas que tras el bombardeo
llega una calma absolutamente marciana. Mientras la mayoría duerme
la resaca, pasearse por la ciudad el primer día de año es una
experiencia que roza lo espectral. Sobre todo si decides recorrer las
calles de algún núcleo turístico que, tras la vorágine veraniega,
ya había adoptado la composición de un páramo desolado.
En
la antigua Grecia, Hesíodo hablaba del caos, que no era el
desbarajuste que ahora entendemos sino casi lo contrario: cosmos en
creación. Etimológicamente sería algo así como una brecha o
hendidura a través de la cual se generan las cosas. Ese rasgo
hesiódico ha desmejorado hoy en festivo torpedeo gaseoso.
En
las sociedades primitivas, el inicio del ciclo ritual se celebraba
sacrificando a una víctima propiciatoria. Se ve que la sangre
derramada unánimente, además de multiplicar el entusiasmo de los
presentes, los vinculaba a todos con una argamasa casi sobrenatural.
Ahora eso se estila menos, aunque alguna reminiscencia quede en esas
trifulcas discotequeras con carótidas seccionadas.
La
casualidad, o mejor dicho el oportunismo político, ha decidido que
estas Navidades coincidan con las Elecciones Generales. Es sabido que
en España siempre se vota contra alguien, no tanto a favor, fruto de
nuestro espíritu cainita y reactivo. Parecía ideal ofrecer a los
dioses del Nuevo Año las barbas de Rajoy o la gomina de Snchz, pero
estos se resisten a la inmolación. De momento, la quijada de Mas ha
adquirido ventaja como preciado fetiche expiatorio.
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