martes, 13 de marzo de 2007

VOCABULARIO: 7. METAFÍSICA


Como su propia etimología ya nos indica claramente (‘más allá de la física’, o de la ‘naturaleza’), la metafísica se caracteriza por un cierto trascender lo dado, un ir más allá de las apariencias, un estar animado por la pretensión de superar las certezas que emanan de la pura inmanencia y que, por tanto, no pueden ser más que contingentes, no absolutas o universales. Queda claro, por tanto, lo que debe evitar la metafísica, pero: ¿cuál es en realidad su objeto? Toda disciplina intelectual tiene un objeto determinado y concreto, sea de la naturaleza que sea, pero eso no sucede así con la metafísica, porque si parece que su objeto es el ‘ser’ o lo ‘absoluto’, ¿qué cosas son este ‘ser’ y este ‘absoluto’? ¿Puede llegar a conocer la metafísica su objeto, en lo que éste consiste y lo que este es? Lo que está claro es que la metafísica es una disciplina radicalmente distinta a cualquier otra; su historia no es otra que la de una ‘odisea’ que, a diferencia del relato homérico, nunca puede ser plenamente consumada. El retorno de Ítaca es algo que siempre quedará como proyecto, como proceso de acercamiento nunca culminado, como algo que no podrá aparecer bajo una forma definitiva, pero no por incapacidad, sino porque lo que se busca es aquello que siempre se nos escapa. La metafísica no pretende ser edificante; su signo es el interrogante, no la certidumbre.

sábado, 10 de marzo de 2007

GRECIA vs. ALEMANIA


El pensador español Felipe Martínez Marzoa está de acuerdo con los Monty Python en que un enfrentamiento entre las potencias filosóficas de Grecia y Alemania (los dos 'dream team' del logos) se saldaría con victoria helena (aunque sea por un ajustado 1 a 0 y en el último minuto). Los motivos tendrían que ver con el diferente trato operado a la cuestión de lo absoluto y del desarraigo que la imposibilidad de presentarlo implica.

En el Idealismo alemán la conciencia de la escisión originaria (la que implica la aparición de la reflexión, con la separación de sujeto y objeto) que se impone claramente, abriéndose de esta manera una dimensión de desarraigo como hasta la modernidad no se había conocido, y cuya influencia se ha extendido a todo espacio cultural y social de Occidente hasta nuestros días. Según Marzoa, el idealismo alemán, a diferencia de la filosofía griega, proyecta afirmar dicho estado de disolución (la imposibilidad de postular ningún principio como garantía absoluta de validez), tratando de fijar el desarraigo como sujeto. Pero Marzoa señala que el preguntar filosófico no consiste en un “instalarse en algún otro modo de saber o decir; la pregunta filosófica no tiene estatuto; es irreductiblemente desarraigo” (Hist. de la Filos. II, p. 110). Y es que, en el discurso moderno, la ruptura, la pérdida, tiene ya el carácter de autocerteza y de afirmación, afirmándose así la ‘inconsistencia’ real de las cosas (Marzoa, p. 114). Sin embargo, en Grecia (en Platón, por ejemplo) las cosas son en principio algo consistente; sólo es cuando las analizamos mediante la reflexión que esta consistencia inicial se nos escapa. Tampoco en el pensamiento griego se promovería un ‘instalarse’ definitivo, sino que se mantiene una cierta distancia con el instalarse mismo, con la identidad. Por tanto, en Grecia la dimensión del desarraigo estaría más presente, no como tema (al menos no como tema con pretensión de clausura), sino como fondo inmanente.


* Grecia 1 (Sócrates, minuto 90)- Alemania 0.

Grecia: Platón; Epicteto, Aristóteles, Sofocles, Empédocles; Plotino, Epicuro, Heráclito, Demócrito; Sócrates y Arquímedes.

Alemania: Leibniz; Kant, Hegel, Schopenhauer, Schelling; Beckenbauer, Jaspers, Schlegel, Wittgenstein (Marx, 85'); Nietzsche y Heidegger.

(entrenador alemán: Martin Lutero).

árbitro: Confucio (tarjetas: amarilla a Nietzsche).
jueces de línea: Santo Tomás y San Agustín.

lunes, 5 de marzo de 2007

VOCABULARIO: 6. CHIVO EXPIATORIO


"La expresión chivo expiatorio se remonta al caper emissarius de la Vulgata, interpretación libre del griego apopompaios ('que aparta los castigos'). Este mismo término constituye en la traducción griega de los Setenta una interpretación libre del texto bíblico hebreo (1), cuya traducción exacta sería: 'destinado a Azazel'. Se cree generalmente que Azazel es el nombre de un antiguo demonio del que se decía que habitaba en el desierto (...).

Ya en el siglo XVIII algunos investigadores relacionaron el rito judío del chivo expiatorio con otros ritos que se le parecen mucho (...). Existe una relación entre las formas rituales y la tendencia universal de los hombres a tranferir sus angustias y sus conflictos a unas víctimas arbitrarias. Esta dualidad semántica de la expresión 'chivo expiatorio' aparece en el bouc emissaire francés, en el scapegoat inglés, en el Sündenbock alemán y en todas las lenguas modernas".

René Girard, De choses cachées depuis la fondation du monde.

(1) Capítulo 16 del Levítico.

viernes, 2 de marzo de 2007

EL TABÚ DEL SUICIDIO


Arcadi Espada recordó el pasado 17 de febrero en las páginas de El Mundo que el tabú del suicidio sigue muy presente en la prensa española. 3.381 son las personas que se suicidaron en un año en España (un millón en todo el mundo cada año), lo que implica más muertos que en las carreteras, en las alcobas, por terrorismo, todo junto. Pero, a diferencia de estos últimos casos, los focos de la prensa no atienden a los suicidas. El motivo: la capacidad contagiosa que el suicidio se dice que posee. Arcadi ya se refirió a esta curiosa situación en Diarios (Alianza, 2002), incidiendo en sus aspectos más llamativos, que en esta ocasión ha ampliado ligeramente.

La naturaleza humana es mimética, mucho más que cualquier otra especie animal; de esta manera aprende y desarrolla sus capacidades, se socializa. En el amor, en el trabajo, se podría decir que toda conducta humana tiene un componente mimético, que la influencia del prójimo es decisiva en nuestros actos y decisiones. Pero eso sucede con todo, no sólo con el suicidio, porque es absurdo otorgarle a este hecho unas capacidades contagiosas más peligrosas que las de otro tipo de violencia, esa que atiborra los medios de comunicación, ejercida brutalmente sobre segundas y terceras personas. Y, por este lado, las noticias de asesinatos no sólo no están prohibidas sino que se ofrecen con lujo obsceno de detalles, lo que evidencia que tenemos fascinación por la violencia hacia el otro (estas noticias estimulan nuestro inextirpable pathos de dominio y agresión), por las estrategias de poder. Pero la violencia ejercida contra uno mismo nos perturba, no vemos victoria alguna en ello. Más grotesco todavía es que los pocos casos de suicidio que sí ofrecen los medios correspondan a personas con influencia social, es decir, ese tipo de gente cuyos actos son seguidos por el público, siendo por ello más susceptibles de imitación. Por no hablar del caso de los terroristas-suicidas.

Entonces, ¿qué problema hay con el suicidio? Arcadi afirma que todo este tabú nace con las primarias tesis de dos autores a los que la historia ya ha olvidado: Paul Moreau de Tours (1875) y Paul Aubry (1896), que se han aceptado de forma acrítica y yo diría que supersticiosa. Pero el problema, a mi juicio, se entiende mejor si dejamos de lado las absurdas tesis de los prohibicionistas y nos centramos en el suicidio en sí mismo, como fenómeno, en la negativa consideración que siempre ha tenido en la religión cristiana (también en la islámica), y en que esa visión negativa ha sido asumida por el occidente supuestamente laico. Podemos tolerar la exhibición de noticias de violencia despiadada y múltiple (asesinatos de niños, violaciones, secuestros, etc.), pero ante el suicidio surge el pánico, se abre el abismo, todo se encuentra en peligro. Hay que protegerse. En un crimen puede haber creencia (mejor dicho: casi siempre la hay), fe en algo, cierta fidelidad al mundo, una ideología detrás que lo justifique. Pero en el suicidio no hay nada de eso, sólo el puro nihilismo, la falta de anclaje, la pura desaparición, la nada. Del suicidio nos perturba más la falta de sentido que puede llevar implicado que la muerte misma, y es que en las sociedades humanas el sentido (la necesidad del mismo) siempre ha estado por encima de la muerte. La esencia de todo sentido consiste en superar el trauma de la muerte y no hay muerte que ponga más en duda todo sentido que la del suicida.

Por la película La vida de los otros me he enterado estos días que la RDA prohibió en 1977 no sólo informar en la prensa de los suicidios sino también hacer públicas las cifras anuales. En ese proyecto de vida totalizada (y totalitaria), que el suicidio existiera, y además a niveles tan elevados, podría tener un efecto descorazonador en los habitantes. En una dictadura el suicidio no es algo exclusivamente individual porque no existen los individuos, sólo la comunidad, y es ella la que se siente agredida cuando uno de sus miembros decide matarse sin su consentimiento. Un suicidio en la RDA ponía en cuestión el propio sistema, la verdad de las tesis que lo sustentaban todo. Pero la censura que existe sobre este tema en las democracias no se entiende más que si consideramos que los responsables de dicha censura piensan de la misma manera colectivista y paternalista que los dirigentes de Honecker. No hay individuos, sólo un sistema y hay que creer en él.

lunes, 26 de febrero de 2007

LA VIDA DE LOS OTROS


Se estrenan muy pocas películas en España que muestren la realidad social y cultural de las antiguas dictaduras comunistas del este de Europa, de la misma manera que se publican muchos menos estudios sobre los crímenes del estalinismo que del nazismo (incluso en España es delito la apología del segundo, pero no sucede lo mismo con el primero). Por ese y otros motivos he querido ver la película alemana La vida de los otros, que retrata el trabajo de un espía de la Stasi, la policía secreta de la Alemania comunista (la ‘democrática’, no la ‘federal’, que yo de niño me liaba con esto, no entendía las paradojas de la neolengua), encargado de vigilar a una pareja de artistas. La obra es en sí muy interesante, sobre todo por el retrato que hace del trabajo de una de las policías más implacables del mundo, pero en la segunda parte, la más melodramática, se desliza hacia terrenos más cercanos al cine hollywoodiense que a otra cosa más interesante. Sin embargo, lo más llamativo de esta película es que en esencia, lo que cuenta, es pura fantasía. Es decir, retrata un caso que NUNCA se ha dado: un espía de la Stasi arrepentido, cosa que ha recordado estas semanas Marianne Birthler, la encargada del archivo de la propia Stasi (el mayor del mundo sobre una dictadura). El propio director, Florian Henckel, ya daba pistas en alguna de las entrevistas promocionales, cuando reconocía su pasmo al descubrir que ningún ex-miembro de la Stasi con los que había contactado antes de la película (y no eran pocos) tenía mala conciencia por haber trabajado al servicio de un estado totalitario. Me sorprende que aún así el director haya querido representar una mentira tan grande.

Otro detalle escalofriante del film, aunque también se ha dado al margen de las imágenes, es el caso de su protagonista, Ulrich Mühe (grandioso actor, que brilló hace años en el escalofriante Funny games de Michael Haneke), cuya primera mujer pasó a la Stasi información sobre él durante los 6 años que duró su matrimonio. Se habla en muchas ocasiones de la figura del Gran Hermano y de su plasmación en las democracias occidentales, pero se olvida muy fácilmente que el origen de este invento totalitario fueron en realidad las dictaduras comunistas (la soviética, por ejemplo, fue la que inspiró el ‘1984’ de George Orwell), y un buen ejemplo de éstas lo tenemos en la extinta RDA.

El periodista e historiador Timothy Garton Ash retrató hace unos años en El expediente la monstruosa realidad que caracterizó a una dictadura como la de la Alemania de Honecker, donde todo el mundo podía ser un espía, y donde nadie, para más inri, mostró signos de arrepentimiento sobre su labor. Ash cuenta cómo los que él pensaba que eran sus amigos en Berlín Este, donde Ash estaba buscando material para su tesis doctoral sobre la Alemania nazi, no sólo recopilaban todo tipo de información sobre él, sino que proyectaban en su inocente vida cotidiana unas sospechas que podrían haberle llegado a costar la vida.

El cineasta Henckel, como muchos otros antes que él, sucumbe a la tentación de lo edificante. No quiere amargar al espectador; de la misma manera que los jerarcas comunistas ocultaban los datos sobre el gran número de suicidos que se producían en la RDA para evitar desmotivar a la población. Henckel podría haber contado algo real, pero ha preferido ilustrar un cuento inverosímil. Por ello, la película sobre la ominosa realidad de la Alemania comunista bajo Honecker y la Stasi todavía está por rodarse.

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