Ayer domingo se cumplieron 15 años de la masacre de Srebrenica (es decir, del asesinato de más de 8.000 musulmanes bosnios a manos de las fuerzas del ejército serbo-bosnio dirigido por el general Mladic), y sigue llamándome la atención la frialdad y el silencio en el que transcurre el recuerdo de este genocidio que es el crimen más cruento sucedido en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. A cada aniversario sucede la más absoluta indiferencia, o incluso el rechazo más repugnante (la miserable FIFA se ha negado a que ayer se guardara un minuto de silencio en memoria de los asesinados en la final del Mundial). Mientras, todavía hoy se sigue dando sepultura a cientos de cadáveres en el centro memorial de Potocari.
Hoy en día, en que el victimismo y el resentimiento son los sentimientos más practicados en nuestro mundo, cresulta paradójico que casos como el de Srebrenica no provoquen la solidaridad de nuestros intelectuales o los llamados 'nuevos movimientos sociales'. Hemos llegado a un extremo en el que todo nos parece 'genocidio' (como señalaba anteayer Muñoz Molina en su artículo Holocaustos para todos) salvo los verdaderos crímenes sistemáticos encaminados a una limpieza étnica (traté de explicar esta situación en una de las primeras entradas del blog: La construcción de la moral occidental).
De Srebrenica no se habla y sólo aparece tímidamente en los medios en estas concretas fechas de aniversario, salvadas por homenajes puramente institucionales. La sociedad europea, tan pronta al exaltamiento con respecto a otras causas, se mantiene totalmente al margen. Qué contraste con el caso de Sabra y Chatila, que periódicamente es recordado (y manipulado, olvidando convenientemente que los asesinatos los llevaron a cabo las falanges maronitas de Eli Hobeika) en nuestros medios de comunicación. Analizando los datos, vemos que el número de víctimas bosnias fue muy superior al de palestinas, y además Srebrenica nos queda mucho más cerca que el Líbano, es parte de la Europa en que vivimos. Pero lo decisivo para que un caso se recuerde y el otro se olvide lo encontramos en la identidad del victimario: mientras que a los serbios (o serbo-bosnios) no los tenemos incluidos en nuestra categoría cultural-ideológica de 'culpable', sí sucede con los judíos y el estado de Israel. Por tanto, no es la identidad de la víctima ni su situación objetiva la que nos mueve a compasión y, en consecuencia, a la exigencia de justicia, sino la del verdugo. Y si no, pregúntense dónde queda la solidaridad europea con los kurdos, chechenos o los mismos musulmanes bosnios. No existe, simplemente porque sus verdugos son turcos, iraníes, iraquíes, sirios, serbios o rusos. El Mal, en nuestra particular película de 'etnocentrismo al revés', únicamente viene representado por los norteamericanos, Israel y la Europa conservadora, y más allá de esa esfera no hay más que un escalofriante vacío moral.