Todavía hoy, 11 años después, recuerdo de memoria las palabras con las que Días de Cine, todavía dirigido por el entrañable Gasset Dubois, presentaba la película sorpresa del Festival de Cannes en 1999. Creo que no se llegó a estrenar nunca en España (a pesar de obtener tres premios en Cannes: Gran Premio del jurado, y mejores actor y actriz), así que repetí estas palabras como un mantra durante años, hasta que al fin pude ver (vía internet) esta obra maestra del cine contemporáneo, rodada por el bressoniano Bruno Dumont:
"La historia de un hombre simple, carente de maldad alguna, habitante de una profunda melancolía, enfrentado a la crueldad atroz de este mundo. Para más desconcierto, es policía, y su nombre parece responder al del protagonista de una novela decimonónica".
El desconcierto de ser policía en una historia de estas características. El personaje es un moderno Jesucristo, un idiota dostoievskiano, un hombre que manifiesta una empatía extraordinaria por todo lo observa, especialmente por las personas que sufren, aunque sean criminales, hasta el punto de que se fusiona literalmente con ellos, acaba ocupando su lugar (como puede verse en el final de la película). Prueba de la independencia de Dumont: otro, víctima del cliché, habría disfrazado al moderno Jesucristo de okupa, prostituta o inmigrante, categorías que ya han sedimentado su condición de víctima en nuestra mentalidad. Pero Dumont recurre a una figura que sí tiene, hoy en día, una esencia más marginal, al menos en la Europa democrática, donde el uniforme policial per se ofende los ojos de derecha e izquierda. El equivalente cercano a la vergüenza palestina que implicaba hace dos mil años ser de Nazareth.
La escena de arriba, que da inicio a la película, define extraordinariamente la obra de Dumont, a nivel estético y moral. Pharaon de Winter, teniente de policía de una ciudad francesa de provincias, pasea su desesperación por el campo, pasando de un prado celestial y silencioso a un páramo donde el viento resuena con fuerza demoníaca. Destrozado por la muerte años atrás de su mujer e hija en un accidente de coche, ha alcanzado una simpleza casi divina. Su intelecto muy mejorable es sobrepasado por una intuición emocional portentosa, que le permitirá llevar sobre su espalda el sufrimiento de una historia escueta y cortante. Investiga poco y mal, pero esa no es su tarea. Pharaon deambula por la historia y sus lugares buscando una transformación sobrenatural que parece operar el cultivo redentor de su jardín de lechugas.
"La historia de un hombre simple, carente de maldad alguna, habitante de una profunda melancolía, enfrentado a la crueldad atroz de este mundo. Para más desconcierto, es policía, y su nombre parece responder al del protagonista de una novela decimonónica".
El desconcierto de ser policía en una historia de estas características. El personaje es un moderno Jesucristo, un idiota dostoievskiano, un hombre que manifiesta una empatía extraordinaria por todo lo observa, especialmente por las personas que sufren, aunque sean criminales, hasta el punto de que se fusiona literalmente con ellos, acaba ocupando su lugar (como puede verse en el final de la película). Prueba de la independencia de Dumont: otro, víctima del cliché, habría disfrazado al moderno Jesucristo de okupa, prostituta o inmigrante, categorías que ya han sedimentado su condición de víctima en nuestra mentalidad. Pero Dumont recurre a una figura que sí tiene, hoy en día, una esencia más marginal, al menos en la Europa democrática, donde el uniforme policial per se ofende los ojos de derecha e izquierda. El equivalente cercano a la vergüenza palestina que implicaba hace dos mil años ser de Nazareth.
La escena de arriba, que da inicio a la película, define extraordinariamente la obra de Dumont, a nivel estético y moral. Pharaon de Winter, teniente de policía de una ciudad francesa de provincias, pasea su desesperación por el campo, pasando de un prado celestial y silencioso a un páramo donde el viento resuena con fuerza demoníaca. Destrozado por la muerte años atrás de su mujer e hija en un accidente de coche, ha alcanzado una simpleza casi divina. Su intelecto muy mejorable es sobrepasado por una intuición emocional portentosa, que le permitirá llevar sobre su espalda el sufrimiento de una historia escueta y cortante. Investiga poco y mal, pero esa no es su tarea. Pharaon deambula por la historia y sus lugares buscando una transformación sobrenatural que parece operar el cultivo redentor de su jardín de lechugas.
3 comentarios:
Procuraré verla aunque, me temo, no será nada fácil.
un saludo
Grandiosa película amigo. La única película que he visto sin subtitular y ni falta que hizo.
Todavía recuerdo el día que la vi, me dejó fascinado cada uno de sus planos y ese personaje que tan bien definió Gasset, paradigma del subsuelo que alguna que otra vez hemos visitado...
Un abrazo.
Si eres 'mi' Nando, gracias (otra vez) por haberme conseguido en su momento la copia bajada de internet.
abrazos
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