Hace poco se estrenó una película que no he visto (y que no veré) basada en una novela que sí he leído. Su autor es J.M. Coetzee, escritor y Premio Nobel, que es sudafricano y tiene un apellido afrikaner que se pronuncia 'cotsía'. Vive en Australia y además resulta que escribe como los grandes, al menos en este caso de Desgracia (Mondadori, 2000), mi desfloramiento con su magistral pluma. Coetzee es de esos raros autores de los que puedes decir, ya en la primera página que lees, que posee una sensibilidad narrativa fuera de lo común. Sutil, sintético, profundo, su estilo va desgarrando capas de materia hasta su mismo tuétano. Al final a lo mejor no lo acaba de encontrar, pero ése no es un problema atribuible a Coetzee sino a las circunstancias del mismo tuétano que busca el sudafricano (vendría a ser como pelar una cebolla, que no tiene corazón ni semilla alguna), cuya naturaleza lleva en sí que no pueda encontrarse.
De las muchas cosas que cabría resaltar de esta formidable novela me decantaré de momento por unas pocas. Por ejemplo, por el periplo del protagonista absoluto, David Lurie, profesor universitario, que lo lleva a moverse entre dos mundos distintos, casi opuestos, y que en esa oposición dialéctica se encuentra mucho significado. Por un lado, la Sudáfrica moderna y occidental, en la que él es profesor universitario, aquella que está podrida por lo 'políticamente correcto' y que se encuentra en manos de innumerables cruzadas buenistas, auténticas purgas de raigambre inequívocamente estaliniana (como va pensando Lurie, mientras se ha iniciado contra él el proceso que lo expulsará de la Universidad: "Es la trituradora de las habladurías, que no para de funcionar de día ni de noche, y que hace trizas cualquier reputación. La comunidad de los rectos, de los que tienen toda la razón, celebra sesiones en cada esquina, por teléfono, a puerta cerrada. Primero, la sentencia; luego ya vendrá el juicio"). Por el otro, Lurie se encuentra y enfrenta con la Sudáfrica negra, en la que vive su hija Lucy, aquella que late según unos códigos menos amables, más telúricos y eternos, encaminados a la salida de las pasiones más viscerales. En esa distorsión del espacio vital de Lurie se encuentra, a mi juicio, una de las mejores bazas de la novela, pues Coetzee analiza, con el estilo sobrio y lúcido de un cirujano, cada uno de estos mundos y, sobre todo, las conexiones que entre uno y otro se van estableciendo en la experiencia desgarrada de Lurie.
6 comentarios:
... Foe, fue lo primero que leí del sudafricano. La que comenta la tengo comprada y en espera, en ese baúl que nunca se vacía por más que van saliendo libros de él. Es probable que haga trampas y se salte un par de filas de libros.
Querido Phil: suelo tener muchas reservas con los escritores vivos y premiados (con Nobel o sin), por eso no suelo ser impaciente a la hora de leerlos. Pero Coetzee es de los pocos que hace justicia a los halagos que recibe.
saludos
Te recomiendo también "Esperando a los bárbaros", una novela intensa y poderosa sobre la otredad y la intolerancia.
Muy interesante este blog, coincidimos en muchos gustos musicales. Me lo agrego.
saludos
Bienvenido al subsuelo, Rubén. Pues agregación mutua, porque tras echarle una ojeada rápida a su blog veo, efectivamente, que hay cosas en común. Muy interesante.
saludos
Sabrás, porque lo he difundido en mi blog, de mi admiración rendida por este grandísimo literato sudafricano. "Hombre lento" sigue pareciéndome el más atinado acercamiento al mundo de los inválidos que he podido leer.
y, como sabes que yo también pertenezco a ese mundo, lo convertí en uno de mis "libros de cabecera". "Desgracia", que había leído bastante antes, me impresionó por su disección, tan poco "políticamente correcta" a la compleja sociedad sudafricana
Sí, Koolau, recuerdo tu gran afición por Coetzee, y tras leer 'Desgracia' compruebo una vez más que tienes un criterio exquisito a la hora de valorar obras literarias.
saludos
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