
Hoy en día en España están muy presentes, sobre todo en la vida política, dos interpretaciones opuestas sobre el valor substancial que se le da a una lengua, es decir, sobre cuál es su sentido y sus consecuentes atribuciones. Por una parte, están aquellos que consideran que las diferencias que se dan entre lenguas no representan esencialismos de ningún tipo, sino que tienen una naturaleza contingente. En este caso, las lenguas serían simples herramientas de comunicación; tienen una funcionalidad, pero no relación alguna con un determinado espíritu colectivo, con una identidad entendida en sentido esencialista. Por otra, nos encontramos con los que defienden una interpretación de naturaleza romántica (en el sentido ‘herderiano’) del determinismo lingüístico, es decir, de la llamada ‘hipótesis de Sapir-Whorf’, según la cual la lengua materna de cada hablante determina su forma de pensar y de ver el mundo; es decir, la lengua es aquel elemento fundamental que estructura el pensamiento de cada individuo. La lengua alcanzaría, según esta interpretación, un valor absoluto y una consideración casi sagrada, al ser la base y el estandarte de un proyecto identitario, lo que relegaría a un lugar secundario aspectos distintos pero relacionados, como el de los derechos ciudadanos...
(artículo completo en KILIEDRO)