martes, 24 de abril de 2007

TEORÍA MIMÉTICA (4)

DE LA MÍMESIS AL SACRIFICIO


Todo proyecto de sociedad o de sistema cultural es en esencia una búsqueda del Uno, de la unidad comunitaria entendida como algo sagrado. Y ello porque todo proyecto de convivencia humana es, por contra, inherentemente conflictivo; las tensiones y pugnas, sobre todo las de raíz mimética, se expanden hasta amenazar todo el sistema, tejiendo todas las relaciones de polemos. De ahí el ansia de una unidad que esquive las erosiones de lo múltiple y los conflictos de la diferencia. En los casos en que no baste la estructura comunitaria y preventiva de tabúes y prohibiciones para poner fin a las tensiones miméticas, la búsqueda de un chivo expiatorio se convierte en la prioridad inevitable para unir a los individuos entregados a enfrentamientos múltiples y destructivos. Las virtudes unificadoras de la víctima son muy importantes: permite canalizar las tensiones desde dos o más partes partes enfrentadas hacia una tercera, el chivo expiatorio, creando entre las partes primero enfrentadas unos vínculos y unas alianzas, una ‘causa común’, que genera una unión férrea. Cuanto menos vinculada esté la víctima con las tensiones que conducen al sacrificio más efectivo será éste. La víctima, ajena a la discordia, permite convertir el propio conflicto interno en reconciliación unánime; de la amenaza de destrucción se pasa a una gratificante (aunque criminal) plenitud :

“En el acto sacrificial se afirma la unidad de una comunidad y esa misma unidad surge en el paroxismo de la división. Del ‘todos contra todos’ se pasa al ‘todos contra uno’” (René Girard).

La mimesis de apropiación, cuando se encarrila hacia el sacrificio unificador se convierte en ‘mimesis del antagonista’. La violencia, que se suscita en el interior del núcleo comunitario, se resuelve hacia fuera; se vacía la comunidad de sus tensiones. El sacrificio es la palabra final de la violencia, pues pone el punto y final a la misma. Mejor dicho: pone el punto y seguido, porque los ciclos sacrificiales (el 'eterno retorno de lo sacrificial') se suceden sin poder ser detenidos completamente; la violencia humana sólo puede contenerse parcial y brevemente.

La víctima, previamente demonizada para justificar su sacrificio, es posteriormente divinizada dados los resultados positivos y liberadores para la comunidad que su muerte provoca. Esta ambivalencia es común a todas las víctimas sacrificiales. Esa ambivalencia es lo sagrado mismo, aquello que surgiendo de y por la violencia es sublimado por la dinámica (ambivalente y paradójica) del deseo mimético.

La dialéctica de la identidad y la diferencia, lo uno y lo múltiple, el caos y el orden, el dentro y el fuera, es la base de toda estructura mimética, que es como decir de toda estructura humana, de todo proyecto del homo sapiens demens.

El temor por las rivalidades miméticas no consiste, en realidad, en un miedo hacia los demás, sino en un temor con respecto a la violencia en sí misma, tanto a la propia como a la ajena. Pero este temor es ambivalente: se teme la vuelta de la víctima reconciliadora, con la violencia absoluta que este proceso conlleva, pero al mismo tiempo también se desea una regeneración sacrificial. Se busca una catarsis unificadora, pero se temen sus efectos. La función de los ritos es precisamente resolver esta duda: gestionar las tensiones miméticas que anidan en la comunidad en base a una unificación cuya resolución sacrificial sólo recree simbólicamente el hecho del verdadero sacrificio. El rito trata de representar lo sacrificial, el contacto de la comunidad con lo sagrado, tratando de beneficiarse de sus efectos, pero sin sufrir sus mellas.

Las comunidades humanas viven siempre bajo la amenaza de lo mimético sacrificial. La amenaza de su destrucción nunca desaparece totalmente, aunque por breves períodos de tiempo se crea haber conjurado el peligro gracias a los efectos del mecanismo victimal. Entonces es cuando la violencia se despersonaliza y se eleva hasta lo sagrado. La víctima es culpabilizada como la única responsable de la situación conflictiva. Pero ninguna expulsión puede ser nunca definitiva, entre otras cosas porque la rivalidad mimética es imposible de expiar.

4 comentarios:

KuruPicho dijo...

Horrach, te keda el peinado de indio piel roja d ela gran puta, saludos desde terras paraquarensis, kuru-xtino

Johannes A. von Horrach dijo...

un día de estos me dejo de verdad la cresta, lo prometo, que cada día que pasa falta menos para el día D, el de mi operación kamikaze...

saludos desde Mallorca

El Pez Martillo dijo...

Avíseme con antelación de su día D. Para no cruzarme con usted

Johannes A. von Horrach dijo...

No va a hacer falta, amigo Pez, todo será muy fácil. Usted, cuando me vea aparecer con la cresta, huya, huya despavorido :-)

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