El origen del hombre es la escisión. Lo inicial es ya carencia (no carencia de algo, sino el carecer mismo), un faltar esencial que no puede definirse en objeto de ningún deseo, lo que implica que nuestra naturaleza se asienta sobre un estado de permanente necesidad, angustiosa en su insatisfacción fundamental.
Este vacío esencial nos impele a buscar, a movernos en dirección a un algo que por sí mismo no puede colmar nuestro desear. Aquello que buscamos y la manera que manifestemos a la hora de obtenerlo es algo que ya escapa a ese momento primero, a esa negatividad originaria (dice una letra de Javier Corcobado, que “lo que nos mueve es el hambre, no el alimento”, y aquí está clave del desear humano).
No se trata sólo de que el hombre intente encontrar una respuesta a esa necesidad esencial, sino que, más importante, su proyecto principal consiste en plantear la concreción de ese estado de necesidad, esto es, de formular ‘la pregunta’ que intente expresar y encauzar el caudal incontrolable que eclosiona en/con la escisión originaria.
Se busca el arraigo y una idea de totalidad precisamente porque partimos del más esencial desarraigo y de la ruptura más medular. De la cosa separada y concreta en su particularidad se remite a la totalidad, que daría sentido a cada una de esas cosas concretas (con esta operación las cosas concretas quedan ‘desarraigadas’ de su esencia particular para adquirir otra más general). Para que pueda haber arraigo, es necesaria la clausura; es más, entre ambos, entre clausura y arraigo, existe un vínculo ontológico. Lo que se busca es el final de toda búsqueda, un anclaje en un punto determinado que se pretende distinto (por necesario) a cualquier otro punto del trayecto, cuando en realidad todo punto es igualmente contingente. Huimos del buscar esencial, como nos negamos a considerar la heideggeriana pregunta por el Ser.
La única manera posible de asumir verdaderamente la escisión, es decir, no siendo devorados por ella (en la forma indirecta de la proyección desviadora), es reconociendo que esa sutura no puede cerrarse, porque su ‘darse’ es algo ya siempre superado, siempre previo a cualquier momento en el que deseemos instalarnos. Hay una distancia (que no es una distancia concreta o cuantitativa entre dos puntos, A y B, pues eso estaría abocado a lo contingente y arbitrario, lo que haría intercambiables los elementos de la operación distanciadora. Se trataría, en realidad, de una distancia esencial) que nunca podrá superarse, pues es la posibilidad misma de que dicha separación se dé y que no podemos hacer algo respecto a ella.
1 comentario:
ha dicho David Carril:
Tu anterior entrada: "el origen del hombre es la escisión." No puedo estar mas de acuerdo con esto. Yo lo llamo falla originaria y creo que es mi unica concepcion filosofica firme. Tambien hablas de escisión originaria. Es verdad que tal escision no ha de considerarse solo negativamente, sino como condicion de posibilidad de nuestra propia proyeccion vital. Pro cierto, Temor y Temblor es una de mis obras favoritas.
saludos.
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Hola David. Creo que yo también sólo tengo una concepción filosófica digamos que apuntalada, y es ésta del fundamento como abismo o escisión. Lo que me gustaría explorar, en mi tesis y más adelante, son las consecuencias que implica la negación ontológica e histórica de todo esto, es decir, de cómo nos hemos negado sistemáticamente a plantear este problema sin escamotear sus profundas implicaciones, la raíz de su falta de raíz, la imposibilidad de una conceptualización de lo absoluto.
saludos
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