Se han cumplido 30 años de la Ley de Normalización Lingüística. Aprobada por unanimidad en el Parlament, esa coincidencia fue engañosa pues la sociedad no ha seguido el camino dictado por los políticos. Y eso porque la promoción del catalán no se ha hecho en sentido positivo sino crispadamente contra el castellano y las modalidades insulares, como armamento para una maximalista batalla política. Cuando algo requiere señalar y atacar chivos expiatorios al final acaba sometido al principio de acción-reacción.
Como
indican los últimos datos, el porcentaje de hablantes va reculando.
¿Nadie ha pensado entre nuestras eminentísimas autoridades que eso
se debe a la antipatía que genera la forma megaestandarizada y
antagónica de aplicar el modelo de lengua? Josep Melià avisaba en
1992 que era un error usar el catalán para “fer patriotes”
porque generaba rechazo y, en consecuencia, un retroceso en el uso de
la lengua, como estamos viendo.
Ya
en la época de la pre-autonomía, un Jeroni Albertí acomplejado al
ser el castellano su lengua familiar entregó la cuestión
lingüística en manos de intransigentes como Carod-Rovira, Bernat
Joan o Aina Moll. Luego Cañellas consumó la rendición dejando el
campo abierto para que una OCB liderada por el submarino pujolista
Antoni Mir, apartado el culto y respetuoso Bartomeu Fiol, fuera
aplicando el rodillo allá donde ponía la pata.
Uno
de los grandes errores de Cañellas fue pensar que con esta ley (y
otros gestos) el catalanismo se amansaría. Xisco Gilet, conseller
del ramo en 1986, especificaba que unidad no implica uniformismo.
Pero ingenuamente se dejó hacer a un nacionalismo que fue copando la
educación y la administración para imponer un modelo de lengua,
gobernara quien gobernara, que no tenía (ni tiene) seguimiento
mayoritario por parte de la ciudadanía balear. De hecho, la Comisión
Técnica de la ley quedó en manos de gente como Janer Manila o Joan
Miralles.
La
Fundació Jaume III, tan odiada como eficiente, lleva 3 años
trabajando por una mayor identificación del hablante con su lengua
materna. No se trata, como expelen ciertas víboras, de comulgar con
castellanismos y formas coloquiales, sino de aplicar aquello que
normativamente permite el DIEC95, aunque muchos se dediquen en cuerpo
y alma a timar al ciudadano haciéndole creer que esos casos no son
preceptivos.
La
obsesión con este ultrafabrismo cerril, más ideológico que
filológico, está provocando la deserción de los hablantes, hartos
de ser reconvenidos sobre sus supuestos errores. El catalán, igual
que el castellano, no tiene por qué someterse a un único estándar.
Si en Argentina usan sin complejos un castellano que no es el de
España, no se entiende que en Baleares no se pueda hacer lo mismo
con las modalidades.
(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
2 comentarios:
Un artículo que demuestra la falta de conocimiento del autor sobre la normativa de la lengua catalana.
Te recomiendo que leas la Proposta per a un estandard oral del Institut d.Estudis Catalans, donde se aceptan buena parte de las particularidades de las modalidades insulares como normativas.
Muchas gracias por su anónimo consejo, pero en estos casos son más útiles los libros que sobre estandars se han escrito desde la UIB, donde queda muy claro que una cosa es lo teórico (lo normativo, como digo en la disección, es más amplio de lo que luego se muestra) y otra lo práctico, es decir, que a la hora de la verdad para nuestros filólogos 'uiberos' lo normativo demasiadas veces no tiene cabida dentro del ultrafabriano estándard que proponen para los medios de comunicación de Baleares. O sea, que inclusivos de boquilla para que no digan, pero todo lo contrario en la práctica con el fin de mutilar la pluralidad de la lengua.
Con el fin de consumar la reciprocidad, también me atreveré a recomendarle una lectura: se trata de 'Sa norma sagrada', escrita por un servidor y Joan Font Roselló
saludos
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