(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Dicta
nuestra tradición sentimental que, al acercarse el día del cambio
de hora otoñal, proliferan los lamentos y el crujir de dientes.
Diversas excusas tratan de ocultar, aunque sin mucho convencimiento,
que el motivo principal del apego al horario veraniego es de índole
psicológica. Nos ilusiona que anochezca tarde, cosa que nunca he
entendido. Sin embargo, olvidamos siempre lo esencial del asunto.
Es
curioso que la Ley de Símbolos, ahora rememorada a cuenta del
monolito de Sa Feixina, no se dedique a erradicar de la multiforme
parafernalia franquista su huso horario. De hecho, se ha ocultado
sibilinamente que el normal horario solar fue alterado por Franco
durante la II Guerra Mundial (2 de mayo de 1942), adaptándonos al
huso de Europa Central para mimetizar los latidos bélicos de Berlín.
Han pasado 73 años y la desubicación franquista sigue en su sitio.
En eso sin duda la Transición fue del todo continuista con el
régimen dictatorial. No queremos acompasarnos al meridiano de
Greenwich, cuando nos encontramos de pleno en su jurisdicción, ya
que nos atraviesa por Huesca y Castellón. ¡Si las horas de luz
serían las mismas! Solo que amanecerá antes. Como en el resto de
Europa.
En
línea con nuestro narcisismo diferenciador, postulamos como normal
aquello que es una absoluta extravagancia. Ahora surge en Baleares
una campaña para no retrasar la hora. Un David Koresh de Felanitx ha
convencido a miles de ciudadanos de encastillarse en un horario
veraniego ya desajustado y, en plan davidianos en Waco, no moverse de
ahí. Es decir, seguimos vendiendo la moto (¡a nosotros mismos!) de
la supuesta sensatez cuando no es otra cosa que la multiplicación de
lo insólito. Se ve que el “Spain is different” de Fraga
ha arraigado en los ámbitos y temas más insospechados.
La
fragilidad psicológica es parte de nuestra naturaleza. Hablaba
Georges Bataille del principio de incompletud:
“en la base de cada ser existe un principio de insuficiencia”.
Nacemos ya con una carencia, una fisura interna, ontológica. Y de
esa brecha y la necesidad de suturarla surgen la mayoría de los
proyectos más delirantes. Al menos este de la hora, que intenta
acunar nuestra felicidad en el retraso del anochecer, es menos dañino
que el de las esteladas.
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