Los artilugios sexuales que manejan hombres y mujeres siempre han acostumbrado a presentar diferencias llamativas. Por todos es sabido que las mujeres tienen debilidad por consoladores o penes de goma (o, a estas alturas, de cualquier otro material), mientras que los hombres, de toda la vida se decantan por muñecas de plástico (u otros materiales), hinchables o no. La diferencia sexual llevada hasta el extremo de los artilugios placenteros que tratan de substituir (o en ocasiones complementar, aunque menos) al partenaire de turno.
La saga ctónica, consciente de que este hueso tiene un elevado potencial polémico que roer, se decide a entrar a saco en estas diferencias para tratar de indagar el significado que ocultan. En este sentido, parece que el hombre suele buscar un doble de la mujer, una substituta que mantenga la referencia corporal femenina, aunque sea cambiando carne por plástico y voz por mudez. Se busca el placer físico, claro está, básicamente el del pene, en contacto con la vagina o la boca de plástico de turno, pero no se pierde de vista que el cuerpo del otro en su totalidad es lo que no se pretende erradicar, al contrario. La referencia humana sigue ahí; la figura, su cercanía, su capacidad de ser abrazada o agredida, amor u odio, pero emociones al fin y al cabo. El hombre, en su querencia por la muñeca de plástico, sigue manteniendo su sexualidad particular en una dimensión que va más allá de la pura genitalidad. Casi se podría decir que es sentimental su opción substitutoria. Pensemos en el caso de Michel Piccoli en Tamaño natural de Berlanga, película en la que el protagonista interpretado por el actor francés se llega a enamorar verdaderamente de su novia de plástico (y a desenamorar de su esposa carnal), confiriéndole un sin número de intenciones, voluntades y demás parafernalia psicológica. Un calor humano, un amor sentimental es lo que en este caso se trata de buscar en la figura femenina sin aliento. Ya no estamos hablando únicamente de puro sexo, sino de "una bonita historia de amor" (como dice Piccoli en el video de arriba, escena final de la película).
Pero por la otra parte, la que toca a la mujer ctónica, ese vínculo con el doble se ha perdido por completo. No hay (o al menos no existían hasta hace un tiempo, no sé si ahora...) hombres hinchables de goma. La mujer ctónica tiende a dejar de lado cuando le conviene la sentimentalidad aparente a la que suele recurrir (de forma estratégica) para dejarse llevar por las urgencias y la inmediatez del placer vaginal. ¿Para qué buscar el contacto con un hombre (de plástico) si lo que se desea es únicamente su pene? En este caso un pene duro y a la vez sensible, de tamaño importante y vibraciones multiorgásmicas. Una joya al alcance de todos los bolsillos. Lo decisivo aquí, para la saga ctónica, es que en el placer substitutorio de la mujer ctónica se pierde la dimensión humana; toda la representación onanista, todo este simulacro, se da en este caso en un ámbito puramente abstracto, despojado de alteridades y de emocionalidad alguna. Sólo la mujer y su pene de goma. Solipsismo ctónico, ausencia de alteridad, ni que sea artificial, y situación de dominio absoluto (no hay potencial enfrentamiento alguno con un pene sin cuerpo; no hay rivalidad explícita ni implícita). No hay amor ni emociones, sólo puro gozo carnal y disfrute del esquema de dominio que prescinde del otro masculino. Muchas ctónicas corean la cantinela de que "los hombres sólo pensáis con la polla", pero lo hacen para luego reverenciar extáticamente a este Grial de goma en la oscuridad miasmática de su refugio solipsista. El mundo ctónico es aquel que busca acabar con el hombre para suplantarlo con penes de goma, misma contradicción que los hombres maltratadores que agreden a la que dicen amar.