
El verano sólo trae desastres y ayer le tocó el turno a uno de los guías más valorados para este hombre del subsuelo: Ingmar Bergman. Ochenta y nueve años y dieciseis días ha durado la partida de ajedrez entre la Muerte (con negras) y Bergman (con blancas, como el caballero Blok, como todos). Y eso que el sueco ya estuvo a punto de sucumbir en el primer movimiento, el 14 de julio de 1918, cuando el médico lo daba por muerto nada más nacer. Varios días duraron los problemas: "era como si no acabara de decidirme a vivir", escribe Bergman en sus memorias, Linterna mágica. De hecho siempre ha sido una persona con muchos problemas físicos, aunque no sólo. Todo lo ha superado, cada contratiempo, cada movimiento agresivo de la Muerte (como cuando fue ingresado por una crisis en un hospital en los años 70 tras ser falsamente acusado por el fisco sueco), retratada en El séptimo sello (imagen) como una figura de negro con un humor muy socarrón. La Muerte habrá encontrado pocos adversarios tan escurridizos. Pero las negras siempre ganan.
Aunque era muy viejo su muerte me ha molestado como si de un familiar (un familiar querido, claro, que hay de todo) se tratara. Cientos de horas le habré dedicado en mi vida a este hombre, ya sea con sus películas o sus libros, y pocas cosas he hecho con más gusto, aunque costara y, sobre todo, doliera. Hasta un ciclo sobre su cine llegué a hacer el año pasado en un centro cultural de Palma (casatomada). De su 'troupe' lo sobreviven el grandioso Erland Josephson (su auténtico 'viudo'), el citado Von Sydow y creo que Bibi Andersson. Ya murieron la fascinante Ingrid Thulin o Gunnar Bjonstrand (también el director de fotografía Sven Nykvist), rostros que siempre acompañarán mi memoria.
En España, superados los mimetismos de la moda sesentera, Bergman ya no era un director considerado más que para cuatro 'bergmaníacos', como lo es un servidor. Pero eso es algo normal en un país que ha parido el landismo y abortos semejantes o peores. No damos para más, pero lo peor es que estamos encantados de ser tan mediocres y patéticos. Bergman llevaba desde Fanny y Alexander (1982) retirado del cine, aunque había rodado dos películas para la televisión, buenísimas ambas, con el mejor actor que he visto nunca, el prodigioso Erland Josephson, alter ego del director desde finales de los años 60: En presencia de un payaso (que también cuenta con el coeniano Peter Stormare y la kubrickiana Marie Richardson), de 1997, y la más reciente Sarabande, del 2003.
De su obra no recomendaré nada: hay que verlo todo. Todo al menos desde 1955, que es cuando hace Sonrisas de una noche de verano, porque las anteriores, salvo alguna excepción, son algo flojas. En 1956 rueda ese prodigio de El séptimo sello y se dispara sin freno su creatividad. De momento les dejo con el trailer y con algunas escenas de una de sus películas menos conocidas pero que yo adoro, La hora del lobo (1967), una película de terror que te sacude aquello que siempre tenemos más resguardado en nuestras mentes.