sábado, 14 de julio de 2007

MAKHOMAI


Saludos. Pocos que hay y mirad por donde acaba de nacer un nuevo blog: Makhomai. La palabra salta a la vista que es griega y de ella procede ‘maquia’, que significa lucha, enfrentamiento o lidia. Jugueteando un poco con el concepto llegamos a tauromaquia como metáfora de cierto quehacer filosófico en el sentido de proyectar en el objeto de análisis una parte ostensible de uno mismo, generalmente lo que se pretende escamotear a nuestra conciencia. No sé si me explico. Creo que no es mal símbolo el de lo taurino para referirse a esta especie de seminario que media docena (cinco doctorandos y un casi licenciado) de filosoferos de la UIB vamos a llevar a cabo, si nada lo impide, este tortuoso verano. ¿Nuestras credenciales? Pues ser todos (menos uno, pero ya caerá) pequeños saltamontes del gran Tigre de la Pampa y de su profeta el Rabino Satánico. Con el parón veraniego nos hemos quedado sin nuestro precioso seminario heideggeriano, así que hemos tenido que recurrir a este invento para poder sobrevivir hasta el 24 de septiembre.

El tema analizado por este think tank de los subsuelos palmesanos será la violencia, desde diversos enfoques y múltiples autores (servidor abrirá el fuego la semana que viene, cómo no, con Girard). Por supuesto, estáis todos invitados a entrar y a participar en este nuevo y testosterónico blog (de momento no hay paridad ninguna, lo que ya es una clara muestra de nuestra voluntad subversiva).

¡ Ereignis y makhomai!

lunes, 9 de julio de 2007

LA CONSTRUCCIÓN DE LA MORAL OCCIDENTAL


Este verano también estamos de rebajas en el subsuelo. Por tanto, recupero el texto de lo que fue la entrada del día 25 de junio en el Nickjournal:


Habéis oído que se dijo: ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: no toméis represalias contra el malvado; y si alguien te pega en la mejilla derecha, preséntale también la otra” (Mateo 5, 38-40).


La base hermenéutica de las teorías del pensador francés René Girard tiene que ver básicamente con el contenido de los Evangelios, de los que hace más una lectura antropológica que teológica (ésta vino con posterioridad), lo que le permite descubrir un conocimiento insólito sobre la naturaleza humana. Girard sostiene que este texto partido en cuatro versiones es el primero que históricamente habla desde el punto de vista de las víctimas y en contra de los verdugos (o al menos el primero que lo hace de manera tan decidida). Mientras que en los mitos de infinidad de culturas o, por poner un ejemplo más cercano, en las tragedias del mundo griego (la de Edipo, por ejemplo) la colectividad agresiva siempre tiene razón en su lucha contra el individuo desprotegido y culpabilizado (en el caso de Edipo él mismo reconoce la culpabilidad que le endosa la comunidad de Tebas), en los Evangelios es la víctima sacrificada la que representa y ostenta la verdad. Por tanto, aquello que los mitos justifican es negado en los Evangelios. Aunque se hayan hecho interpretaciones sacrificiales de la muerte de Jesús, en los Evangelios su inocencia es clara, mientras que de la culpabilidad de los otros actores de la Pasión, aunque con diferente incidencia y nivel, tampoco puede dudarse.

Girard descubre en la Biblia una construcción progresiva de una idea de moralidad y de justicia que es la que está en la base del mundo occidental; aunque en ocasiones eso no se haya plasmado a nivel práctico, esta moralidad no ha abandonado su posición preeminente en los últimos tiempos. Hoy en día nos puede parecer la defensa de las víctimas algo normal y lógico, pero históricamente no ha sido así, ya que toda sociedad tiende a ocultar sus crímenes y a justificarlos indirectamente mediante una interpretación mítica absolutoria. Y aunque en occidente ese pathos también ha estado (y sigue estando) presente, es cierto también que las bases morales y éticas de los Evangelios se han desarrollado con mayor fuerza.

Pero el contenido de los Evangelios ha sido sometido históricamente a no pocas adulteraciones, primero por parte de la Iglesia y después por cierta izquierda occidental. En el primer caso, no hay duda de que el cristianismo histórico se ha servido de su propio mensaje originario para, en ocasiones, legitimar precisamente a lo que este mensaje se opone: las violencias de origen comunitario, la clausura de los sistemas de sentido, el pathos sacrificial, etc. De esta manera, la revelación evangélica del mecanismo del chivo expiatorio se ha acabado interpretando en clave sacrificial: de la condena de los sacrificios dictaminada por el propio Jesús (“no quiero sacrificios, sino misericordia”, Mt 9, 13) se pasó a la justificación de los mismos (teorías expiatorias de la muerte de Cristo, interpretada como ‘entrega’ que libera al hombre de sus pecados) y a la necesidad de los principios éticos y morales que tienen que ver con ellos. En el fondo se produce de facto cierta negación del Pecado Original, desviando la responsabilidad humana de sus propias violencias hacia la figura ambivalente (por demonizada y divinizada) del Dios que entrega a su hijo para salvar al hombre. Girard censura esta línea interpretativa muy presente en el cristianismo histórico para hacer hincapié en la responsabilidad exclusivamente humana de su parte maldita.

Por lo que respecta a cierta izquierda de origen rusoniano, todo empieza cuando, a partir de la obra del propio Rousseau, se desplaza el principio de culpa del individuo hacia una idea de colectividad abstracta. La violencia ya no se define como algo connatural a la naturaleza humana, sino que se interpreta como un producto de las relaciones sociales. Es decir, que para esta visión la violencia más destructiva puede justificarse porque detrás de ella siempre podrá encontrarse una razón (social, de clase, ideológica, etc.) que la pondrá en marcha. Desaparece cualquier elemento de contención moral (a la ley moral se opone lo que podríamos llamar una ‘mística de la transgresión’) y todo se abandona a las necesidades de la ideología; las culpas ya no afectan a los sujetos violentos sino que son atribuibles, mediante elecciones sacrificiales, a otros sujetos ajenos al propio acto agresivo. Paradójicamente, la tesis rusoniana que defiende la bondad natural del hombre ha acabado legitimando innumerables crímenes. Y es que hoy en día se ha asumido el lenguaje evangélico de las víctimas como una forma muy efectiva para legitimar la acción de los verdugos; se culpabiliza en nombre de la justicia, a partir de una idea de no-culpabilidad; se persigue en nombre de la tolerancia. El mecanismo sacrificial sigue buscando víctimas y ahora lo hace con la Declaración Universal de los Derechos Humanos bajo el brazo. La clave: las nuevas formas de victimización se desarrollan a partir de los instrumentos destinados a suprimirlos; su objetivo es, en realidad, erradicar esos instrumentos. No es otra cosa lo que intentan cierta izquierda defensora del islamismo terrorista y los nacionalismos etnicistas: bajo la máscara del victimismo se pretende volver a formas de sociedad homogéneas y excluyentes en los que la violencia organizada y sistemática contra sectores determinados sea tolerada y estimulada. Se trata, en suma, en este proyecto rusoniano, de acabar con la base evangélica de la moralidad occidental partiendo de la radicalización (y sobre todo manipulación) de sus planteamientos.

sábado, 7 de julio de 2007

PUNTO DE PARTIDA


“Pretendes que no existe un punto de partida determinado (...). Estamos ya en cualquier cosa, ya todo se ha jugado y se ha perdido, adiós a la claridad y el sentido, nunca vamos a comprender nada, por otro lado, no hay nada que comprender, ése es tu único secreto.

Volvamos a empezar. Afirmar que nunca estamos seguros en un punto de partida no es decir que se empieza en cualquier lugar. Se empieza siempre en algún lugar, pero ese lugar nunca es cualquiera. La acusación o incluso la reivindicación del cualquier lugar viene impuesta por la exigencia filosófica: no se puede identificar el cualquier lugar (ni, por tanto, el cualquier cosa) sino desde la garantía, al menos prometida, de un verdadero fundamento, el único que puede hacer creer en la libertad o en la irresponsabilidad de un cualquier lugar. El lugar cualquiera desde el que se empieza siempre está superdeterminado por estructuras históricas, políticas, filosóficas, fantasmales que, por principio, no se pueden nunca explicar ni controlar completamente. El punto de partida es, en cierto modo, radicalmente contingente, y es una necesidad que lo sea. Esta necesidad (de lo contingente) es la del ya que hace que el punto de partida esté siempre dado, que se responda al ‘ven’ que se recibe y se experimenta como verdadera necesidad. Se impone, pero no cesa de componerse con el azar y, por tanto, se aventura: ahí está su suerte”.

Geoffrey Bennington, Jacques Derrida.

miércoles, 4 de julio de 2007

EL CEMENTERIO JUDÍO DE MALLORCA


Este mes de julio se cumplen 32 años de la existencia del único cementerio judío que hay en Mallorca (y creo que también en el conjunto de las Baleares), situado en el pueblo de Santa Eugenia (a 22 kms. de Palma), cuyo nuevo alcalde fue compañero mío en el instituto (¡enhorabona, Guillem!). Fue aprobado el 9 de julio de 1975 por el Gobierno y la Dirección General de Sanidad y podemos encontrarlo junto al cementerio católico de la citada localidad. La primera lápida pertenece a Enrique Davids y data del año 1977. A pesar de que la religión judía es la más antigua de las que todavía existen en Mallorca (hay que recordar que según algunas versiones históricas los primeros judíos que llegaron a la isla pudieron hacerlo antes de la época de Cristo), la existencia de este cementerio y de otras realidades vinculadas con el judaísmo es un misterio para la mayoría de los mallorquines.

La discreción caracteriza los rasgos externos del recinto. Sólo si uno se detiene a las puertas del cementerio y observa con atención los detalles puede apreciar en los barrotes de la entrada dos estrellas de David en cada uno de los extremos y un candelabro. En la parte superior puede leerse una frase escrita en hebreo, reproducción de un salmo sobre la acogida que debe dispensarse a los muertos. Una vez dentro, y ya superada la capilla, llama la atención lo vasto del terreno que engloba todo el recinto; hay más tierra esperando a sus muertos que lápidas sobre las piedras. Aún así, son unas 80 las tumbas que existen a día de hoy (ninguna pertenece a la comunidad ‘chueta’). Y es que éste es un cementerio mucho más internacional que, por ejemplo, el de Deià: aquí hay enterrados alemanes, franceses, norteamericanos, españoles, ingleses, austriacos, húngaros, canadienses, etc. Es decir, cualquier judío (aunque no sea ortodoxo) que viva en Mallorca y que tenga voluntad de ser enterrado en este lugar.

Quiero detenerme en el poder evocador de los apellidos de los difuntos. Uno tras otro forman una lista exótica: Mendlebaum, Levy, Berman, Denoff, Korn, Blume, Almasy, Papo, Mordechai, Singer, Steinberg, Boardman, Duman, Robertstein, Manning, etc. Infinidad de historias sepultadas, infinidad de novelas que difícilmente llegarán a escribirse.

Un detalle importante tiene que ver con la homogeneidad que se desprende del conjunto de las lápidas, representación consciente de la igualdad esencial del ser humano que podemos encontrar en pasajes de la Torah o del Talmud (“todos somos iguales ante Dios”). Ninguna tumba destaca del resto, si exceptuamos dos casos excepcionales: uno, el de un judío francés, Jack Sergio Benhaïm, que también era masón y jugador de cartas (en su enorme lápida podemos ver los tres símbolos que guiaron su vida: la estrella de David, el símbolo masónico y una carta de baraja); el otro caso es el de Arnold Levy, que prefirió no poner lápida alguna sobre su tumba para sembrar la tierra con semillas que, años después, ya han florecido espectacularmente, elevándose un árbol varios metros sobre el suelo.

Más detalles sobre las tumbas: todos los muertos están enterrados bajo tierra, ya que está prohibido el enterramiento en nichos (por estar por encima del suelo) y en panteones (por su carácter ostentoso). También está prohibida la incineración, porque el cuerpo debe ser reintegrado en su totalidad a la tierra de donde dicen las escrituras que procede y no ser aniquilado bajo los efectos del fuego. Las lápidas sólo se colocan sobre la tumba un año después de enterrado el cadáver, porque durante ese tiempo el alma ya ha podido liberarse de la materia completamente.

Sobre la mayoría de las lápidas se encuentran un gran número de piedrecitas. Como recordará cualquiera que haya visto La lista de Schindler, se trata de una costumbre de los judíos askenazíes (de origen europeo, en oposición a los sefardíes, de origen español y mediterráneo) y cada una de ellas la coloca la persona que visita una tumba determinada. Evidentemente, a más visitas más piedras sobre la lápida. Caso curioso es el del barón de Izvor, llamado Nandor Goldstein (1912-1978), cuyas piedras que todavía se mantienen sobre su tumba fueron traídas desde Canadá por un familiar en nombre de él y de todo el conjunto de sus familiares. Otras tumbas no cuentan con ninguna piedra sobre sus lápidas, lo que confiere a su soledad una palpitación todavía más profunda.

Por último, no hay que olvidar la capilla, pequeño edificio situado frente a la entrada y destinado a la celebración de los funerales y al lavado mortuorio de los cadáveres, aunque éste se realiza actualmente en el tanatorio de Bon Sosec en Marratxí.

Imagen: tomada por mi antigua fotógrafa, la dulce Susana G. del Amo.

domingo, 1 de julio de 2007

MATRIMONIO


“Un soldado en la frontera ¿debe casarse? En la frontera del espíritu, ¿puede casarse cuando lucha noche y día como avanzada no contra los tártaros o los escitas, sino contra el orden salvaje de una melancolía esencial? ¿Puede casarse en esa avanzada? Aunque no combata día y noche y goce de treguas bastante largas, nunca se sabe cuándo comenzará la guerra porque no puede verse un armisticio en esta calma”.

Sören Kierkegaard

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