viernes, 18 de agosto de 2017

FUERA DEL ESPACIO-TIEMPO


 (disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Cada verano regreso a los no-lugares de Marc Augé, el pensador francés. Sobre todo en agosto, el único mes del calendario que no existe más que como magma incoherente de instantes que nos mecen en el Limbo y cuya única finalidad sustancial consiste en desembarcarnos encima de septiembre. Agosto no existe, es un cúmulo de jornadas espectrales donde brotan y se refuerzan los no-lugares, esos espacios de tránsito sin alma ni identidad como son los hoteles, los aeropuertos, las estaciones de servicio o la sede del PSIB. En estos reductos del anonimato y la incertidumbre la vida queda en vilo, supuestamente sublimada por la obligación de lo hedonista pero en realidad disuelta hasta el tuétano. La diversión exigida de los veranos no tiene otro fin que quemar el tiempo, no reconocer que la cronología permanece suspendida, para regresar así a la responsable conciencia temporal y laboral que fija septiembre, el mes del despertar.
Descarrilado de la estable continuidad anual, cada cual se sostiene sobre sí mismo en una movilidad frenética que carece de brújula. Cada átomo del grupo se libera para hacer lo que desee… pero lo que hace realmente es sumarse a las dinámicas más tribales. El fuego de agosto disuelve todas las coordenadas, incluso multiplicando no-lugares, como aquel infinito deambular de atasco en atasco o de camino en camino que según algunos conduce a playas redentoras. A esta deslocalización basada en la provisionalidad el verano tórrido añade desconciertos y en ocasiones un horror superior. Y es que los atascos son una variable no contemplada por Augé, que yo sepa, en la lista de no-lugares, porque en esos casos uno se convierte en cautivo del asfalto, secuestrado por la contingencia del momento. Atados al propio automóvil, apenas avanzamos, pero no quedamos tan detenidos como para salir un rato a estirar las piernas y departir con los compañeros de reclusión. Esta permanencia exagerada en los no-lugares se ahonda en los retrasos que padecen los aeropuertos fruto de la masificación o de las huelgas, como la de Barcelona estos días. El consuelo del momento inusual se convierte en tortuosa convivencia en lo indiferenciado, en amenaza de arraigo en el desarraigo. Salvo en esa película de Spielberg, se acaba saliendo del trance, pero con el rostro desencajado del que ha escrutado los abisales ojos de la Nada.
Pero no nos engañemos: la diferencia entre lugares fetén y no-lugares es sólo fenoménica. Como decía Heidegger sobre el nihilismo impropio y el propio, todo es nihilismo, sólo que en un caso se es consciente de ello y en el otro se vive en la ingenuidad de la pureza. Todo son no-lugares, especialmente aquellos andurriales alienantes que algunos consideran hiperauténticos.

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