(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Este
mes el profesor Manuel Arias Maldonado presentó en Palma su
minucioso y reflexivo ensayo La democracia sentimental. Una
obra especialmente recomendable en épocas vampirizadas
por
la emotividad estéril.
En el turno de preguntas, me animé a lanzar una de las
cuestiones que más perplejo me dejan: ¿Cómo puede ser que en un
contexto cada día más complejo, con conocimientos sobre la mesa que
nos obligan a ser más sofisticados y sutiles que nunca, lo que
proliferan son las simplificaciones tajantes, cuanto más burdas más
efectivas? Las trivializaciones dogmáticas se han adueñado no ya de
las motivaciones de la ciudadanía sino de los grandes centros de
poder.
Soy
consciente que no se trata de algo exclusivamente moderno, pues nos
acompaña no sabría decir muy bien desde qué momento pero en
cualquier caso es muy lejano. Es una desgracia que estando en el
momento de la historia en que el conocimiento es menos costoso,
manifestemos disparates tan orgullosos y atropellados. Que siendo la
época con más información a mano, estemos tan sobradamente
desinformados. Aunque obligados a la complejidad, gana terreno el
asilvestramiento, hasta el punto de desear y promover decisiones
irreversibles. Como el golpe de mano del Brexit, un caso crucial que
se estudiará en los libros de texto.
A
veces lo que nos mata es el éxito, o ciertas consecuencias del mismo. El caso
es que los individuos no están al nivel de los grandes hallazgos que
han sedimentado históricamente. Tal vez por la idea de que todo nos
vendrá dado desde fuera, síntoma de que el principio de autonomía
individual cotiza más a la baja que el pellejo de Errejón.
Una
de las cosas más simplificadoras de nuestro debate social consiste
en liquidar la política. O jibarizarla al máximo. Unos se consagran
a la tarea, como es el caso del PP, anestesiándola, vaciándola de
contenido, convertida en decisiones supuestamente mecánicas. Este
enfriamiento del proceso es ideal para que luego uno pueda dedicarse
tranquilamente a tareas más satisfactorias, como la rapiña. Ya sea
a la manera legal de Montoro, o a la de su compadre Rato y los chicos
de la Gürtel.
Otros
son más divertidos, como Podemos. Estos salivan por una relación
directa con las cosas que desde Kant, incluso desde Platón, sabemos
que no es posible. De ahí su empeño pueril por manejar los asuntos
sin mediaciones, distanciamientos o instituciones, inspirados en una
suerte de dudosa idea de autenticidad. Por eso necesitan dictarnos
cada paso de nuestras vidas. Como el Consell y su fatwa contra
el día de San Valentín. El tripartito ha sancionado las “relaciones
tóxicas”, y sin duda saben mucho del tema: su ponzoñoso ménage
à troi es el mejor exponente de ello.
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