lunes, 11 de julio de 2016

DE LIBRA A CÁNCER


 (versión expandida de mi disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Mi condición de diezmesino ya insinuaba que esto de fijar cuál es el propio origen es un asunto algo complicado. Me tocaba nacer a inicios de septiembre, pero me fui retrasando y retrasando. Mi madre me lo ha achacado no pocas veces: “eres tan vago que ni querías nacer”. El ginecólogo era un primo suyo, y en la confianza de lo familiar prefirió esperar al parto natural. Pero como el impasse ya era preocupante, tuvo que enviar a los geos. Nacer era para mí como ese texto de PeCasCor (el suicida Pedro Casariego Cordoba): un combate no deseado, con ese sonido de una campana en el ring cuando se corta el cordón umbilical. Sin embargo, hace un tiempo que apenas celebro mi primer nacimiento, pues el segundo fue más intenso y me dejó una huella profunda. Si primero no quería nacer, luego me resistí a morir. O la muerte se distrajo mientras yo la estaba esperando.
El verano del 2000 me sacaba un dinerillo trabajando de pizzero. Pero no estaba destinado a profundizar en la materia: solo duré dos días. A eso de las 22:30 h del segundo, entregaba una pizza en un San Juan de Dios que no podía ser más lóbrego. Me costó llegar pues no había apenas luz en la calle. Esperando en el hall a que una enfermera bajara a recoger su cena, pensé: “La de años que hace que no pisaba un hospital”. Ese delatador olor a desinfectante. Una media hora más tarde iba camino de hospedarme en otra clínica durante una buena temporada.
Las peores cosas que me han sucedido en la vida se deben a un exceso de cautela. Tal vez posea un desastroso manejo de los tiempos, como mi experiencia política evidenció claramente. Ese 8 de julio intuí que la furgoneta que salía del Mercapalma podría traspasar con su morro la línea de Stop que lo separaba de mi carril. Para evitar cualquier percance, cambié mi trazada unos metros a la izquierda. Tras confirmar por el retrovisor que no venía nadie, claro. Finalmente fue esa maniobra la que casi acaba conmigo, porque la furgo no se detuvo ante su señal. No pude esquivarla (si hubiera seguido por el arcén, sí), el ciclomotor se quedó empotrado en la puerta del conductor, y yo salí volando por encima, bastantes metros, con la mala suerte de que la baca del vehículo me seccionó la femoral de mi pierna derecha.
Era un sábado veraniego, en una zona atestada de trafico. Fue un milagro que una ambulancia, que por lo visto andaba por ahí, llegara a tiempo antes de desangrarme. Salvé el match ball, y ya en el hospital dos bolas de set: la herida, muy abierta (el fémur salía de la pierna como el bicho de Alien del estómago de John Hurt), no se infectó ni gangrenó, así que evité la amputación; también pudo sortearse una pierna rígida, aunque la movilidad quedó bastante reducida. Es curioso esto de morirse: lo habría hecho en un estado de sosiego absoluto, por la catarata de endorfinas que derramó mi cerebro para que olvidara el dolor. Mientras, a mi alrededor una pareja con rostros atemorizados me ponía sobre la pierna una toalla, no sé si por mi bien o por el suyo, y el responsable del accidente se echaba dramáticamente de rodillas en el suelo pidiéndome perdón.
Así pasé de libra a cáncer, aunque sin cambiar de hospital (del Mare Nostrum de 1977 a la Rotger de 2000). Me esperaba un tortuoso año y medio de recuperación, con el añadido de cierto consuelo psicológico: escabullirme de la muerte por unos minutillos se convirtió en mi Terapia Lucrecio, el amuleto que ayudaba a desactivar, relativizándolos, los males que me cayeron encima los siguientes 16 años.
También tuvo otro efecto curioso: sin saberlo, porque el domicilio de entrega no era el de su familia, le estaba llevando la cena a mi primo Víctor y unos amigos en Son Ferriol. Al quedarse sin comer, y tras maldecir al torpe pizzero (todavía desconocía mi identidad), se atrevió a hablarle por primera vez a una chica del grupo que le gustaba. Hoy están casados y acaban de tener un hijo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Bien bi-nacido!

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