(disección publicada hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Con
su permiso, promoción obliga, hoy me voy a marcar 'un Umbral', pues
mi segundo libro, Sa norma sagrada,
ya está en las librerías. Les contaré una historia de Francesc de
Borja Moll y de como las doctrinas que tienden a la unanimidad, de la
misma manera que excluyen toda posibilidad de criticar sus
postulados, intentan presentar el cauce de los hechos que nos ha
llevado hasta aquí de una manera providencial, como si las cosas no
pudieran haber sucedido de otra manera.
El
caso de Moll es muy revelador de lo que podría haber sido y no fue
el catalanismo de Baleares. Hasta los años 50, Moll había
permanecido fuera de Sa Ceba cuatribarrada pues, aunque aceptó la
ortografía de Fabra, no quiso cambiar el título del alcoveriano
Diccionari català-valencià-balear,
que para los ultrafabristas suponía un atentado contra la unidad de
la lengua. En su primera singladura de titubeante outsider,
publicó en su editorial la colección Les Illes d'Or, con
obras escritas en las modalidades isleñas para que la gente pudiese
leer “en mallorquí”, lo que generó críticas exaltadas
en el Principado.
En
una conferencia que impartió en Barcelona (mayo de 1954), titulada
Els dos diccionaris, defendió un modelo integrador del
catalán ante el pasmo de los asistentes, que en su cabreo avisaron
al primo de Zumosol del catalanismo de entonces, Joan Coromines, que
residía en Chicago. Coromines intercambió unas cartas paternalistas
con Moll pero, ante la imposibilidad de reeducarlo, recurrió a la
misma estratagema de McNamara con J. Edgar Hoover: “es mejor
tener al indio dentro de la tienda meando para afuera que tenerlo
fuera meando hacia dentro”. Es decir, propuso a Moll para un
puesto en el Institut d'Estudis Catalans. Moll aceptó. No es fácil
caminar solo, y el menorquín carecía del coraje de su maestro
Alcover. A partir de entonces, cuando tenía más motivos para
defender las modalidades, viendo la actitud bunquerizada que se
encontró en Barcelona, se pasó curiosamente al otro lado.
Consolidado
como miembro del Politburó lingüístico, hizo méritos para
aumentar galones en la polémica de Pep Gonella (1972), donde se
mostró implacable con su contendiente, cuando realmente éste no
cuestionaba la unidad del catalán ni, en su tercer y último
artículo, difería de lo que en teoría defendía Moll. Y digo en
teoría porque ya se vislumbraba ahí su doble discurso: hacer ver
una cosa, pero promoviendo la otra por debajo de la mesa. Estrategia
que prolongaron y enfatizaron sus discípulos en la UIB, como puede
verse en Sa norma sagrada.
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