miércoles, 11 de noviembre de 2015

OBITUARIO GLUCKSMANN (EL MUNDO)



Por lo visto, últimamente ser pensador francés es una tarea de alto riesgo, si tenemos en cuenta que hace una semana nos dejó René Girard y la noche del pasado lunes André Glucksmann. Por la cuenta que les trae, Bernard-Henri Lévy, Alain Finkielkraut y Pascal Bruckner deberían hacerse un chequeo médico urgente esta misma semana.
André Glucksmann formó parte de una generación de pensadores franceses, muchos de origen judío (como los tres citados anteriormente), llamados Los Nuevos Filósofos, que pasaron en los años 70 del comunismo a posturas muy severas con la extrema izquierda. Siguieron la estela crítica de Solzhenitsyn con el mundo concentracionario de la URSS y sus satélites al otro lado del Telón de Acero, como también la línea lúcida de Orwell, Camus o Koestler, y eso alteró drásticamente sus posturas políticas. Finalmente acabó defendiendo la invasión de Irak, estrechó relaciones con el poder (muy cercano a Sarkozy) y fue muy crítico con Putin y el extremismo islamista. Fruto de una personalidad mediática que cultivaba la polémica como ejercicio intelectual, no dejó un charco sin pisar. No ha sido el caso de filósofo ermitaño que se dedica a cuestiones muy específicas de la metafísica aristotélica, por ejemplo, sino que se sumergió gozosamente en la vorágine de la realidad. De ahí uno de sus libros más conocidos, La fuerza del vértigo (1983), donde mostraba sus preocupaciones, nacidas ya en los años 60, por el peligro atómico. Consecuencia de su espíritu epatante son el título resultón de varios de sus capítulos: El evangelio del misil o Carta a los obispos americanos para iniciarlos en la segunda muerte.
Nacido el 19 de junio de 1937 en Boulogne Billancourt, muy cerca de París, de familia judía procedente de Austria, trabajaba con Raymond Aron cuando se produjeron las revueltas estudiantiles de 1968, en las que participó activamente en clave maoísta. Tras la caída de la venda marxista, dedicó varios libros, La cocinera y el devorador de hombres (1975) y Los maestros pensadores (1977), a analizar y desmantelar las raíces intelectuales del gulag, según él representadas por Platón y Hegel. Aunque en ocasiones sacrificaba cierto rigor académico en pro de la voluntad de impactar al lector, hay que reconocer que fueron obras muy necesarias para que toda una generación europea confrontara la realidad concreta de los ideales que había defendido hasta ese momento. Como señala Camille Paglia, “los caminos que salen de Rousseau conducen a Sade”, y es que desde una supuesta voluntad de emancipación lo que se acabó conquistando en la URSS, China, Europa del Este, Cuba y un largo etcétera fue una servidumbre blindada que de alguna manera hoy, a veces pretendidamente bajo otras formas, sigue “cultivando su ceguera”.
Su línea de pensamiento desde los años 70 fue una crítica severa a todos los totalitarismos. Primero, como hemos dicho, enfocó su análisis al mundo comunista, todavía muy vivo por entonces, y en años más recientes, tras la caída del Muro de Berlín y sobre todo después de los atentados del 11-S en Nueva York y Washington, al islamismo terrorista. También fue muy crítico con dirigentes autoritarios de nuestro entorno, como Vladimir Putin, habitualmente bien tratado en el Elíseo. Glucksmann ha sido uno de los intelectuales que con más valentía ha criticado al Kremlin, pues fue de los pocos que se dedicó a desentrañar y dar a conocer el conflicto de Chechenia. Mientras que la mayoría de intelectuales occidentales sólo fiscalizaban las políticas de Israel y EEUU, el francés subrayaba la jerarquía moral de unos bombardeos salvajes que no permitían ostentar ningún pedigrí en los cenáculos biempensantes de Europa. Recordemos que Grozni fue arrasada por los aviones de Putin en el año 2000, ante un olímpico silencio europeo, movimientos sociales incluidos, que estaban más ocupados manifestándose contra Israel en plena segunda Intifada, aunque el índice destructivo fuese infinitamente menor que el de Chechenia.
Al islamismo dedicó una de sus obras más célebres, Dostoievski en Manhattan (2002), donde consideraba que los crímenes de los yihadistas eran un ejemplo claro de nihilismo, algo en lo que no todo el mundo estuvo de acuerdo. Como señala Scott Atran, la característica de los terroristas islámicos es que están tremendamente concienzados, tienen un credo que defienden hasta el final. Otra cosa es que su estrategia del terror sea muy destructiva, y en esa idea de que la “la violencia solidariza”, de la unión que genera su ejercicio, coincidía plenamente con René Girard. Sí podrían llamarse nihilistas, en la línea de Glucksmann, esa intelectualidad occidental que reniega de sus mejores principios en aras de un relativismo mal entendido que siempre beneficia las iniciativas más letales.
También dedicó un interesante libro a consideraciones relacionadas con la religión y el ateísmo, como La tercera muerte de Dios (2000), donde se plantea la cuestión consoladora de la creencia. Reconociendo que prácticamente sólo Europa ha dejado algo atrás el vínculo con Dios, en favor de la democracia laica, en el resto del mundo la religión sigue todavía muy presente, incluso más que nunca, con despertares que nos han llevado “de la fe al furor”.
A diferencia de Girard, más vinculado a EEUU que a Francia, la muerte de Gluscksmann ha sido lamentada por el poder político francés, con quien tuvo más tratos que el de Aviñón. Desde Hollande a Manuel Valls, se ha señalado su valía con las habituales palabras hinchadas que nuestra política exhibe sin rubor.
Glucksmann falleció la noche del lunes en París a los 78 años.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Quien desmonte las falacias progres merece mi respeto. Glucksmann es uno de ellos. Descanse en paz.

Related Posts with Thumbnails