(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Esta
semana, y tras muchas cautelas de orden psicológico, al fin me había
decidido a dedicarle unas líneas a lo de Cataluña. Pero los
atentados de París han tenido, como único efecto positivo, apartar
de mí este cáliz. La realidad más atroz siempre realza lo que de
verdad importa y, desde luego, las peripecias penosas de Mas &
co. con la desconexión de no se sabe muy bien qué enchufe se
revelan como lo que son: una mamarrachada adolescente.
La
Alianza de Civilizaciones potenció nuestra mentalidad claudicante y
penitencial, un intento de hacernos perdonar la condición
occidental. Ahí tenemos a esas supuestas lumbreras vinculadas al
podemismo siempre escurriendo el bulto, desviando las
responsabilidades y otorgando cierta legitimidad a los crímenes. Los
terroristas deben estar encantados con tanto tonto útil que les
construye un marco legitimador a medida. Lo peor es que lo viven como
si fuera la destilación más sublime de la moral, cuando es la
inmoralidad más abyecta posible. Pretenden que sea depurada lucidez
lo que no pasa de mecánica repetición de clichés. Para ellos,
estos atentados son sólo distracciones de su patología maniquea, de
su obsesión diaria contra Occidente.
Quedémenos
con lo esencial: los terroristas son débiles. Son y se sienten muy
frágiles en sus convicciones, de ahí la multiplicación loca de sus
crímenes. Cuando uno se siente inseguro, se pone en guardia, extrema
la agresividad. Lo reconocía Jorge Lorenzo el otro día: de chaval
se sentía muy expuesto, por eso decía tonterías desafiantes para
reafirmarse. ¿Quién ladra más: el perro pequeño o el grande?
El
filósofo esloveno Slavoj Zizek escribió las líneas más lúcidas a
cuenta del atentado de Charlie Hebdo: los terroristas
islámicos no son como los amish, por ejemplo, encerrados en sí
mismos, ajenos al resto del mundo. Estos psicópatas se sienten
inferiores, los fascinamos. De hecho, no confían en la supuesta
superioridad de su cultura, de ahí la furia desmedida de sus
arremetidas: “uno puede sentir que, en la lucha contra el otro
pecador, están luchando contra su propia tentación”.
El viernes atacaron el mundo del ocio de la Babilonia europea: el
alcohol, el tabaco, la diversión, el sexo, la música. Su código
moral es la pureza criminal, arrasar toda forma del bendito
hedonismo.
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