lunes, 16 de noviembre de 2015

LA RABIA DEL FRACASADO


 (artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

Esta semana, y tras muchas cautelas de orden psicológico, al fin me había decidido a dedicarle unas líneas a lo de Cataluña. Pero los atentados de París han tenido, como único efecto positivo, apartar de mí este cáliz. La realidad más atroz siempre realza lo que de verdad importa y, desde luego, las peripecias penosas de Mas & co. con la desconexión de no se sabe muy bien qué enchufe se revelan como lo que son: una mamarrachada adolescente.
La Alianza de Civilizaciones potenció nuestra mentalidad claudicante y penitencial, un intento de hacernos perdonar la condición occidental. Ahí tenemos a esas supuestas lumbreras vinculadas al podemismo siempre escurriendo el bulto, desviando las responsabilidades y otorgando cierta legitimidad a los crímenes. Los terroristas deben estar encantados con tanto tonto útil que les construye un marco legitimador a medida. Lo peor es que lo viven como si fuera la destilación más sublime de la moral, cuando es la inmoralidad más abyecta posible. Pretenden que sea depurada lucidez lo que no pasa de mecánica repetición de clichés. Para ellos, estos atentados son sólo distracciones de su patología maniquea, de su obsesión diaria contra Occidente. 


Quedémenos con lo esencial: los terroristas son débiles. Son y se sienten muy frágiles en sus convicciones, de ahí la multiplicación loca de sus crímenes. Cuando uno se siente inseguro, se pone en guardia, extrema la agresividad. Lo reconocía Jorge Lorenzo el otro día: de chaval se sentía muy expuesto, por eso decía tonterías desafiantes para reafirmarse. ¿Quién ladra más: el perro pequeño o el grande?
El filósofo esloveno Slavoj Zizek escribió las líneas más lúcidas a cuenta del atentado de Charlie Hebdo: los terroristas islámicos no son como los amish, por ejemplo, encerrados en sí mismos, ajenos al resto del mundo. Estos psicópatas se sienten inferiores, los fascinamos. De hecho, no confían en la supuesta superioridad de su cultura, de ahí la furia desmedida de sus arremetidas: “uno puede sentir que, en la lucha contra el otro pecador, están luchando contra su propia tentación”. El viernes atacaron el mundo del ocio de la Babilonia europea: el alcohol, el tabaco, la diversión, el sexo, la música. Su código moral es la pureza criminal, arrasar toda forma del bendito hedonismo.

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