(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
La
política actual nos está permitiendo observar detenidamente la
ambivalencia de los caudillajes políticos. En muchos casos, aquellos
líderes que generan más adhesiones, o al menos los apoyos más
exaltados, no se corresponden con la eficiencia real del político
que soluciona una gran parte de los problemas de la ciudadanía. En
estos casos, la insolvencia gestora se oculta con excesos
carismáticos (e ideológicos) destinados básicamente a reforzar el
orgullo nacional. La idea de justicia se convierte así en comodín,
una legitimación de cualquier discurso beligerante, si es vengativo
mucho mejor. Porque no se trata tanto de cambiar las formas de hacer
política como de eliminar a los adversarios del ramo. Y la obsesión
por el rival suele hacer que, como decía mi maestro René Girard,
uno acabe mimetizándose, al menos en las maneras excluyentes, con
aquel que tiene delante. Si el amor y el odio son caras de la misma
moneda, siendo sólo la indiferencia aquello otro, a la dualidad
izquierda-derecha sólo escapa el equilibrio, el rechazo del
antagonismo per se, huir del cepo estéril de las identidades.
La
cuestión es que cuanto mayor es el blindaje identitario, menor
interés existe por la verdad. Porque se busca apresuradamente una
verdad entendida como certeza (no como búsqueda rigurosa y
prolongada) que sirva a los intereses más inmediatos de cohesión
grupal, no a un bagaje cultural general. Autocrítica cero,
autocomplacencia la que haga falta y más. El narcisismo identitario
ni tiene interés por la verdad ni tampoco por el fair play. Todos
los males se olvidan por un ridículo pero movilizador culto al ego
(caudillo/pueblo).
A
todo esto, nuestro Artur Mas dejará, el 27S, ¿una Cataluña mejor o
la habrá empeorado seriamente, a la vez que encabronado su relación
con el resto de España? Y Varufakis, el superhéroe de ese populismo
que está a la izquierda de la socialdemocracia (aunque a veces
pretenda apropiarse de su prestigio), ¿qué ha hecho por los
griegos, aparte de hundirlos todavía más en la miseria? En estos
tiempos convulsos, cotizan al alza las figuras más vinculadas a la
antipolítica, porque lo suyo no es hacer política (moverse
respetuosamente entre disensos, respetar la pluralidad) sino
transformar a la ciudadanía en una tribu, unanimizar actos y
conciencias.
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