lunes, 1 de junio de 2015

ACEFALIA


 (artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)

La semana pasada escribí sobre lo insólito de la pretensión de Biel Barceló, cabeza visible de la cuarta candidatura con más escaños, de presidir el Govern. Pues resulta que hay antecedentes (eso sí, no se llegaron a consumar): Juan Mari Bandrés de Euzkadiko Ezkerra. Como contaba el viernes Santiago González, quedó quinto en las autonómicas vascas de 1986 y aún así se ofreció como Lehendakari porque consideraba que los cuatro candidatos que le habían vencido no tenían legitimidad. Font, Pericay, ¡ojo al dato! Mientras que votos y escaños se cuantifican objetivamente, eso de la legitimidad es una anguila escurridiza, ideal para los espejismos dialécticos de los nacionalistas de Més, que han superado su límite histórico haciendo creer a unos 26 mil votantes que se han olvidado del identitarismo, cuando eso no es sino una simple pero efectiva estrategia electoral para conseguir más fuerza de la acostumbrada. Otro de sus engañosos lemas ha sido el déficit fiscal, que sitúan falazmente alrededor de los 3.600 millones cuando no pasamos de 252.
También Podemos ha depurado sus artes seductoras con gran resultado. Sigo sin entender cómo gente que no comparte la ideología del triunvirato creador, a la izquierda de la socialdemocracia, sigue confiando en el supuesto viaje al centro de la formación. Pero hay miles de ciudadanos que comulgan con la transversalidad podemita y el olvidado nacionalismo pesemero, demostrando que la credulidad no era exclusivamente un fenómeno religioso propio del Medievo.
Con fe o sin ella, la situación de nuestro actual Parlament se caracteriza por la inestabilidad, acrecentada por la cercanía de unas Generales que obligan a no mostrar la verdadera cara. Podríamos tirarnos tiempo sin gobierno. A algunos esa posibilidad puede angustiarles, pero a mí me parecería estupendo. Tenemos sobrevalorados a los políticos, nos han hecho creer que sin ellos dirigiéndonos no somos nada. Si recordamos el caso de Bélgica hace unos años comprobamos que una situación prolongada sin gobierno (año y medio en este caso) no sólo no perjudicó a la sociedad belga sino que fue muy positivo: bajó el paro y el déficit, a la vez que los conflictos entre valones y flamencos se congelaron cuando los políticos no molestaban con su paternalismo ineficiente. ¡Viva la acefalia!

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