(artículo publicado hoy en El Mundo-El Día de Baleares)
Los
países menos consolidados acostumbran a ser aquellos que viven
sumidos en la bipolaridad. En España el ejemplo maníaco-depresivo
más sintomático se refiere al sistema financiero, porque hemos
tenido estos años a la vez los mejores y peores bancos de Europa.
Hay que recordar que si la banca más solvente del viejo continente
ha sido la privada española, también la del fondo de la
clasificación queda en suelo patrio, pues responde a nuestras
antiguas cajas de ahorros, instituciones dirigidas por la
partitocracia con ineficacia absoluta y rapiña descontrolada. Bankia
ha sido el exponente máximo de esta mediocrecracia legitimada por su
aparente servicio público. Si en algo los ciudadanos españoles han
sido unos ingenuos es en creerse que el control político de las
cajas los beneficiaba a ellos y no a los partidos. Lo mismo sucede
con la proliferación exagerada de municipios.
Lo
acaecido con Bankia esta pasada semana, penúltimo episodio del
saqueo y fraude que ha caracterizado a nuestra clase política, no
debería ya sorprender a nadie. Pero, como siempre que nos quedamos
en la síntesis general se elude de alguna forma la gravedad humana
del problema, es preciso profundizar en los casos particulares para
ponerle cara a las víctimas. Un gran amigo mío es una de ellas.
Hace años suscribió con Bancaja (una de las cajas que fusionándose
dieron lugar a Bankia) una obligación subordinada, menos célebres
que las preferentes pero igualmente letales, en apariencia muy
ventajosa. Cuando ya en Bankia estalla la burbuja de las cajas, a mi
amigo, sin que él pudiera decir absolutamente nada, le hacen una
quita del 10 % de su dinero, para después canjearle el resto por
acciones de la entidad. Unas acciones cuyo valor era de 1'35 euros
cada una, pero que después de la fraudulenta salida a Bolsa bajaron
su cotización un 70 %, quedándose en sólo 0'50 euros. Todo
justificado con un chivo expiatorio inapelable: la UE nos obliga; yo
no quería, pero... Con esta pirueta filibustera, uno ve que pierde
gran parte de su patrimonio y el resto permanece congelado, sine
die,
en el limbo. Queda la opción final de pedir un arbitraje, pero la
habitual parcialidad de los mismos te deja indefenso y entregado a un
asco infinito.
1 comentario:
¡ Como me gusta eso de "mediocrecracia "
En cuanto me surja la ocasión, se lo copio . ( Diré que se lo he birlado de su blog, por supuesto )
Publicar un comentario