[artículo publicado hoy en El Mundo-El día de Baleares, p. 17]
Andan
muy cabreados en el sector literario de Baleares que realiza su labor
en lengua catalana. Escuchándolos parece que se ha cometido un
crimen execrable, algo terrible que debería avergonzar a sus
perpetradores por los siglos de los siglos. El crimen consiste en que
los premios Ciutat de Palma
que organiza el Ayuntamiento de nuestra capital han decidido apostar
por el bilingüismo... Recordemos que hasta ahora se premiaban obras
escritas sólo en catalán, mientras que en estos momentos se incluye
en el lote también al castellano. Ojo, no se trata de un giro
de tortilla, pues ninguna lengua sustituye a
la otra, sino que ambas pasan a convivir de la misma manera que
cohabitan al nivel de la ciudadanía.
Los
escritores y editores ofendidos con este pluralismo no quisieron
acudir a la entrega de premios, y se parapetaron en Can Alcover para
escenificar visiblemente su enfado. Argumentan que “hay
que proteger nuestra lengua”, interpretando
que en nuestra sociedad bilingüe únicamente debe valorarse una de
las dos lenguas y culturas, apuntalándola mediante la exclusión de
la otra, porque eso es lo que exigen: la eliminación del castellano
de estos premios, siguiendo el modelo de la conseguida extirpación
de esta lengua, al parecer muy nociva, de nuestra enseñanza pública.
Uno
de los representantes de la protesta, el poeta Miquel Bezares, dijo:
“Hi ha més escriptors aquí que no
escriptors que enguany s'hagin presentat als Ciutat de Palma de
narrativa i poesia”. Esta diferencia
cuantitativa parece no ser cierta (al menos si se cuentan los textos
presentados en las dos lenguas), aunque su correlato cualitativo es
más discutible si cabe, porque entre los laureados estaba José Luis
de Juan, uno de los escritores más prestigiosos de nuestras islas,
cuyo delito, al parecer, es escribir sus obras en lengua castellana.
Me sigue sorprendiendo esta pretensión de postularse como los únicos
escritores posibles, exclusivos defensores de la única cultura de
nuestras islas, fruto de una cosmovisión maniquea que nunca se
reconoce como tal, pese a la evidencia de sus manifestaciones
excluyentes.
Incluso
en tiempos de penuria como los actuales, a cierta clase política,
mediática y cultural sólo le preocupa la salud de la lengua
catalana. Estamos viviendo un fenómeno paranormal por el cual todo
lo que sea defender la lengua catalana es considerado como un rasgo
político, moral e intelectual de sentido progresista, mientras que,
por contra, criticar la hegemonía de este discurso maximalista es
tildado irremisiblemente, sin analizar los matices de cada postura
concreta, de fascista o ultraderechista. La lengua por encima de la
calidad intrínseca de lo escrito, como si nada válido pudiera
decirse en castellano. Lo más sorprendente es que esta tesis sea
defendida o tolerada no sólo por los nacionalistas, que sería lo
lógico, sino por un amplio sector de la izquierda. Gracias a este
inestimable apoyo, se ha conseguido que solicitar estudiar en
castellano como lengua vehicular sea considerado una extravagancia
casi delictiva, algo que debe avergonzar a los interesados. El hecho
de estudiar en la única lengua que es oficial en todas las
comunidades del Estado convertido en un delirio propio de incívicos
caprichosos o enfermos aborrecibles.